Irene Elvira recuerda con nitidez el momento en el que su madre, la violinista y cantante Raquel Rodríguez, le contó que tenía cáncer de mama. «Estábamos yendo a las barracas y me lo dijo, pero en ese momento no hubo mucho impacto, porque yo no fui consciente de que estaba enferma hasta más tarde», explica junto a la aludida, que pensó que un ambiente de fiesta ayudaría a la niña, entonces de 10 años y hoy de 17, a procesar la noticia. «Es que para mí era muy duro el qué hacer con los hijos», admite Rodríguez, quien agradece a la psicóloga de la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) Inmaculada Martínez el apoyo: «Me ayudó muchísimo, porque me explicó que se lo tenía que contar. Y no hice muchas sesiones con Inma, pero las que hice, muy bien, fenomenal; porque te ayuda a decir: mira, esto es lo que hay».
Así que ante la nueva realidad, Rodríguez y su marido optaron por «normalizar» y tratar de «quitar drama» al máximo. «Había bajones, pero procurabas que no se produjeran delante de ellos. Y cuando llegó el momento duro de la peluca, por ejemplo, jugamos a que todo el mundo se la probara. Era una forma de quitarle hierro y de dar una visión de que cambiaban cosas, pero que se estaba luchando contra ello». Y el mensaje caló, porque Irene recuerda ver a su madre hecha polvo tras la quimioterapia y a su padre advirtiéndole de que esos días a mamá se la dejaba tranquila, pero no lo percibía como preocupante, porque encajaba con el relato que Rodríguez y su marido habían hecho del proceso. «La veía cansadísima y tenía cierta incertidumbre, pero no veía que fuera a peor. Es decir, todo iba acorde a lo que nos habían contado y sabía que en algún momento iba a terminar», cuenta Irene.
El diagnóstico de Rodríguez fue «un poco casualidad», consecuencia del protocolo de Sacyl ante sospechas en mujeres de más de 45 años. Ella es profesora en el Conservatorio y un día de especial ajetreo por la organización de la escena para la orquesta, llegó cansada a casa y, al tratar de relajar los músculos, notó un bulto. «Al día siguiente fui al médico de cabecera, que no lo encontraba, pero buscó y buscó y cuando lo localizó me dijo que no parecía nada, pero que 'por si acaso' me mandaba a Patología Mamaria al hospital y allí, igual: que, 'por si acaso', ecografía. Y, de nuevo, lo mismo: 'Parece que no es nada, pero vamos a hacer una biopsia'. Y, ahí, ya, salió. Así que yo a la sanidad le debo la vida, lo tengo clarísimo», afirma.
Rodríguez tenía entonces 49 años y una mamografía 'normal' relativamente reciente, dentro del cribado de la Consejería de Sanidad. De ahí que, como todas las participantes en esta serie de reportajes con motivo del Día del Cáncer de Mama y de la campaña de Diario de Burgos 'Te damos la chapa', insista en la importancia de la prevención: «Explorarse, cuidarse... Y confiar en la sanidad, porque tenemos unos especialistas maravillosos».
La música afirma que «lo peor» de todo el proceso fueron los «veinte días o así» que pasaron entre la confirmación del cáncer y la consulta en la que Oncología explica qué tipo de tumor se ha desarrollado y cómo se va a tratar. En su caso empezaron con la quimioterapia, «que fue dura, porque me dejaba destrozada, pero el bulto se reducía y cuando iba a las revisiones o incluso yo, que me lo palpaba y sentía que bajaba, veíamos que funcionaba. Y, de hecho, cuando me operaron, casi había desaparecido». De ahí que no necesitara mastectomía y que en quirófano le limpiaran la zona y le quitaran el ganglio centinela, que estaba sano. «Al despertar de la anestesia lo primero que pregunté fue qué había pasado con el centinela y cuando me dijeron que estaba limpio, ya, respiré», recuerda, matizando que entonces todavía le quedaba la radioterapia y la recuperación completa del proceso. «Es que ahí, cuando ha terminado y piensas que todo va a ir a mejor, va a peor; lo que te han metido va saliendo y te duele la vida. Los meses siguientes al tratamiento me sentía casi más cansada y dolorida que durante la terapia en sí», afirma, no sin puntualizar que cada cáncer y cada paciente son únicos «y durante la quimio yo no llegué nunca al punto de decir 'es que no puedo más'; estaba cansada, con vómitos y con unas diarreas tremendas, pero me permitió seguir con mi vida».
Así, entre ciclo y ciclo de quimio, los Elvira Rodríguez pudieron marcharse de vacaciones, como siempre. Y ese mismo otoño Raquel participó en la ópera El mozo de mulas «y fue fantástico, porque luego llegas a casa y estás fatal, pero en ese momento... No sé de dónde sale la energía, pero sale». Ella, no obstante, da gracias a su pasión y profesión: la música. «Me ha salvado. Mi marido y yo somos músicos, ellos estudiaban y también tocan, así que en casa nos poníamos los cuatro y ese ambiente me salvó. No dejé de cantar ni de tocar», cuenta.
En este sentido, Raquel agradece «muchísimo» a su familia y amigos, porque «me daba como coraje dar guerra; o sea, que yo fuera un problema. Y nadie me ha hecho ver eso, ojo, pero lo haces tú», dice, insistiendo en que hubo soporte «total». Sobre todo, con los niños.
Siete años después, Rodríguez tiene revisiones en Patología Mamaria, pero Oncología le dio el alta. «Cuanto más tiempo pasa, más improbable es que vuelva. Pero en el caso de que lo haga, habrá que ponerse a ello», dice la violinista, siempre sonriente, pero sin obviar que «cáncer es una palabra que asusta, pero también es una enfermedad con la que tienes opciones y una calidad de vida; con otras, la ELA por ejemplo, no». Una reflexión que Irene apuntala afirmando que «a ver, la palabra sí da miedo, porque hay muchos cánceres y algunos muy complejos. Pero yo he visto a mi madre y, aunque no me enseñó todo, he visto que lo ha superado. Y puede que a mí me toque en un futuro, pero la he visto. Eso te quita un poco el miedo». La joven, de hecho, asegura que no cree que sea un tema tabú entre sus coetáneos: «Si surge, lo comento con naturalidad».
Esta última palabra es, para Rodríguez, clave a la hora de convivir con el cáncer. «Te pones y normalizas, porque no queda otra», dice, antes de concluir con unos consejos que a ella le dio la psicóloga de la AECC: «No mirar internet bajo ningún concepto y escuchar al cuerpo: si pide descansar, descansar y si hay fuerzas hacer algo, pero sin pronósticos a largo plazo. Todo, día a día».