Se acabó y, reconozcámoslo, ya era hora. Quizás uno sea fan, a otro puede que le gusten sin más, al de más allá le apetezcan por los niños, alguien puede necesitarlas por descansar… Pero lo mucho agota, y las Navidades (más en estos tiempos) son más que mucho; una gymkana en la que no se divisa el final, un túnel espacio temporal que hace olvidar que existe la no Navidad, la normalidad. Pero, ya ve, existe, y comienza hoy, se hayan tenido o no vacaciones. Lo hace sin ruido, luces ni aglomeraciones; discretamente, ofreciendo algo tan sencillo y necesario como la costumbre, la faena, el reencuentro con lo reconocible. Y esa normalidad, a la que algunos volverán con pose quejumbrosa y dramática (pura pose, ya digo), está repleta de placeres o al menos momentos gustosos, refugios acogedores en los que cobijarse, no sé, a media mañana, por decir algo. Usted, por ejemplo, tal vez esté leyendo esto en un ejemplar de Diario de Burgos apoyado en la mesa de un bar junto a una taza de café (como sea que lo tome) y un pincho de tortilla de patata (evidentemente con cebolla). Su bar, su café, su tortilla, su periódico, su normalidad, su vida. Ni más ni menos. Tal vez esté haciendo lo mismo, pero en el móvil; está bien, pero para mi gusto pierde mística.
Y quizás antes, esta mañana, de camino a su tarea (sea la que sea) se haya cruzado de nuevo con la señora rubia de gafas rojas en el mismo paso de cebra de todos los días (y le han dado ganas de felicitarle el año, hablarle por primera vez); unos pocos metros más adelante, se ha topado con el padre y los dos niños que siempre van corriendo al colegio, y, antes de doblar la esquina, la frutera estaba levantando como cada día la verja de su negocio. Normalidades cruzadas, que se reconocen y alimentan, que se vuelven a poner en escena, que se echaban de menos unas a otras.
Hoy es pues un lunes de enero, una de las fechas con peor marketing del calendario; un día que huele a frío de verdad y que parece estar corriendo hacia el anochecer desde su mismísimo despertar tardío. Un día de puré caliente a mediodía, de deslizar los pies en zapatillas de meter al llegar a casa y de acabarlo con luz de mesilla y libro en la cama. Un fantástico día normal. Por fin.
Salud y alegría.