Les soy sincero. Llevo días dándole vueltas al horrendo crimen de los tres hermanos de Morata de Tajuña, asesinados brutalmente por las deudas de un fraude amoroso digital tan burdo y, a la vez, tan descorazonador. Conocen la historia, seguro. No dejo de preguntarme cómo es posible que la vida de tres personas normales -dos mujeres y un hombre de edad tardía, pero tremendamente solos- haya terminado así, ahogada por las enormes deudas contraídas para satisfacer a dos supuestos amantes militares aparecidos en Facebook a los que nunca tocaron ni vieron en carne y hueso.
Es incomprensible -salvo en su delirio y también en su avaricia (pues había la consiguiente herencia de por medio)- cómo las víctimas hicieron oídos sordos una y otra vez a las reiteradas advertencias de los vecinos y, sobre todo, cómo el sistema bancario, el de prestación de las pensiones, el de los servicios sociales, las fuerzas y cuerpos de seguridad o las propias redes sociales no detectasen ninguna anomalía, ningún mínimo indicio, en los más de ¡siete! años de estafa. ¿Estaban todos ciegos o, simplemente, no quisieron ver nada?
Este asesinato múltiple es una bofetada en toda regla a todos, a nuestra sociedad, que está podrida de soledad y de aislamiento. Vivimos en un mundo en el que dejamos rastro digital de todo lo que hacemos -lo que se puede contar y lo que no- y somos incapaces de desactivar el delirio mortal en el que se encontraban los vecinos de la puerta de al lado, ¡y que era público y seguido en redes sociales! ¿Nadie advirtió a la Policía? ¿Nadiese planteó denunciar?
Cuando escuché esta historia, me dije, '¡es de película'! Y, sí, hay una, francesa para más señas, que se titula 'Solo las bestias' y que retrata crudamente la espiral de la soledad, los sueños imposibles y la violencia. El título le viene al pelo a todo lo ocurrido de verdad.