Si como dicen te definen mejor tus enemigos que tus amigos, nadie puede negar a Sánchez la capacidad de sobrevivir en la tormenta, pues sus batallas han sido contra enemigos poderosos. Empezó nada menos que contra la estructura histórica de poder de su partido, quien seguramente alarmada por el atrevimiento natural del joven líder lo puso en la calle. Pero de justicia es decir que ganó en la calle lo que había pedido en los despachos. Luego le vino la pandemia y al margen de las críticas, unas justas y otras inevitables, salió vivo del terremoto biológico. No se sabe bien si hizo mucho y vendió poco, o si hizo poco y vendió mucho, pero salió indemne de otra situación límite a la que se tenía que enfrentar. Vino después la guerra de Ucrania y su incidencia venenosa sobre los precios de las materias primas y surgió en el horizonte la crisis, pero por primera vez en la historia se decidió luchar con gasto público en vez de recortes, y el BCE sostuvo a las economías más endeudadas, como la nuestra.
Ahora está en otra batalla en los límites con dos tipos de enemigos: los de fuera y los de adentro. Los primeros no son precisamente aconsejables: los jueces y fiscales, con todas sus organizaciones, conservadoras y progresistas, una oposición unida, rugiente y decidida, que no cesará de clamar en las calles, poderosas columnas mediáticas de martillo pilón, el Senado, la mayoría de presidentes autonómicos… Vamos, como para dormir tranquilo.
Adentro tiene nitroglicerina, para explotar al mínimo movimiento errático. Empezando por un prófugo exigente, una división a su izquierda, partidos condenados a darse tortas en la cara del gobierno porque son contendientes en sus territorios, como PNV y Bildu y Junts y ERC, la sopa de letras de la izquierda. Dentro tiene a un lado Iglesias y al otro Puigdemont tirando de la cuerda.
Ahora bien, la pregunta no es solo cuánta gente va a acabar de mal los nervios, sino si es posible en este mar de claro pronóstico revuelto el progreso del país. Es decir, crecer y meter el bisturí a los problemas estructurales endémicos: el desempleo crónico y una formación no adaptada a las necesidades del mercado, la reforma de las pensiones y de una administración pública poco ágil y eficaz, el déficit de inversión en Investigación y Desarrollo. Pero lo más urgente es la reforma del Sistema de Financiación Autonómica, que quedó endeudado por la crisis de 2008. Lleva pendiente desde 2017 y la infrafinanciación de las comunidades las obliga a una mala calidad en la prestación de servicios tan importantes como la sanidad y la educación. La pregunta es ¿podremos salir del laberinto identitario, aunque sea a ratos, y meterle mano a lo que en verdad afecta a la gente?