Sus manazas de irredento pelotari pueden resultar intimidatorias -son gruesas, fuertes, anchas-, pero nada hay en él que invite al temor: tiene esculpida la bondad en la cara, irradia simpatía, naturalidad y bonhomía a raudales. Saluda jovial a los parroquianos del bar, que celebran con idéntico cariño su aparición, porque todo el mundo conoce a Pedro, que pide un par de zuritos y un café sin perder la sonrisa mientras pega la hebra con uno y bromea con otro. Sin embargo, pocos, o quizás ninguno de cuantos gozan de su compañía de forma habitual, sepan que Pedro Chicote, burgalés de Palacios de la Sierra, es un héroe. Y mucho más: es, también, un superviviente, un milagro andante, un hombre sobre el que, durante cuarenta años, se cernieron ominosas las garras del terrorismo. Sabe mucho del horror, del miedo y de la muerte este policía nacional jubilado afincado en Bilbao que tuvo hace cincuenta años su primer encuentro, su bautismo de fuego, con una realidad que le acompañaría el resto de su vida. Un fenómeno al que ahora una exposición organizada por el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, que recalará en Burgos el mes que viene, honra como se merece.
Tras emigrar con su familia a la capital vizcaína, y después de haber trabajado como chapista y de probar la hiel siempre incierta de ser autónomo en tiempos de crisis, decidió opositar a policía. En septiembre de 1974 se encontraba en Madrid estrenando destino: la comisaría de la céntrica calle de Leganitos. Hacia ella se dirigía por la calle del Correo, cercana a la Puerta del Sol -donde estaba la Dirección General de Seguridad-, cuando una bestial explosión lo desplazó violentamente varios metros por los aires. «Aquello fue impresionante.La onda expansiva fue brutal». Quedó tirado sobre la acera, aturdido, pero no lo suficiente como para no escuchar los gritos de auxilio, los lamentos y los llantos desgarrados que procedían del establecimiento que acababa de reventar: la Cafetería Rolando.«La gente corría y cuando quise darme cuenta estaba solo en la calle». Pero se incorporó (aún le palpitaban las sienes y le temblaba todo por dentro) y se fue hacia el interior del local.
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