El desprendimiento de un talud de tierra registrado el pasado mes de agosto al sur de la calle Murallas reveló la presencia de abundantes restos óseos y fragmentos cerámicos que en un primer momento generó una situación alarmante ante la posibilidad de que dichos huesos fueran humanos, conjetura nada descabellada dado que la zona fue una de las más conflictivas del asedio al castillo de Burgos acaecido en 1812, en el que se enfrentaron las tropas españolas y el ejército aliado anglo-portugués contra las huestes napoleónicas. Según explica Fabiola Monzón, arqueóloga que ha estudiado ese bélico capítulo como nadie, el emplazamiento responde «al tercer recinto de la fortificación francesa asaltado de numerosas formas y con un alto número de bajas entre los contrincantes».
La alarma se rebajó pronto: una primera supervisión permitió comprobar que se trataba de restos de animales asociados con el poblamiento medieval que intensamente se desarrolló en el cerro del castillo. Junto a estos restos, también emergieron fragmentos cerámicos pertenecientes al mismo contexto cultural «sin olvidar que fue uno de los ámbitos urbanos que ocupó la judería burgalesa. Tampoco era posible obviar que el talud de la calle Las Murallas viene a coincidir en gran medida con el trazado de la cerca medieval», señala Monzón. A partir de esos hallazgos, y cumpliendo con la normativa municipal en materia arqueológica en la que este ámbito se integra dentro de una protección Tipo A (Protección de Intensidad Alta), la concejala de Cultura, Rosario Pérez Pardo, instó a la Gerencia de Cultura y Turismo a programar una actuación arqueológica de urgencia bajo que dirigió Fabiola Monzón y que consistió en la supervisión de las tierras retiradas del talud «con el fin de poder recoger la mayor cantidad posible de material arqueológico de cara a ahondar en los diferentes episodios culturales de nuestra historia».
Fueron tres intensos días de trabajo en los que se recuperaron un total de 3.421 fragmentos cerámicos, 40 elementos metálicos, y 4 objetos de hueso. El material se completó con 957 fragmentos óseos de los cuales 435 pudieron ser relacionados con su especie. Según explica Monzón, los restos cerámicos pueden subdividirse en diferentes conjuntos atendiendo a las características de los barros, cocciones, tratamiento de superficies, decoraciones y formas. «En su conjunto pueden enmarcarse como producciones realizadas entre los siglo XIV y XV. Un número significativo lo constituye la cerámica común. En ella sobresale la cerámica de cocina de tipo rugosa de pastas claras, también denominada campurriana por su relación con los talleres de la antigua Merindad de Campoo. Aunque presentes en la alta Edad Media, reaparecieron con fuerza entre los siglos XIII y XIV. Otros modelos de pastas rugosas adquieren tonalidades grisáceas consecuencia del horneado en ambiente reductor. También destacan los recipientes con pastas naranjas cuya cocción oxidante aporta una gama de colores entre naranja y marrón; piezas con una larga dilatada cronología. Contamos con envases de pastas graníticas cuya característica principal son sus barros con cuarzo y mica que permiten soportar altas temperaturas. Son reconocidas como vasijas de barro zamorano muy frecuentes en la Baja Edad Media. La forma con predominio absoluto es la olla, aunque también se registran restos de cazuelas y jarras principalmente representadas por sus grandes asas de cinta con decoración incisa. La incisión y acanaladura son las decoraciones más frecuentes dentro de todo el conjunto. También son reseñables las tapaderas y tapones, así como un candil de cazoleta de perfil completo», subraya la arqueóloga.
Por lo que se refiere al conjunto cerámico con acabado en vedrío, «éste se constata principalmente al interior y dentro de formas abiertas. Son frecuentes los tonos verdes y melados. Habitualmente son objetos vinculados al servicio de mesa, cuencos sobre todo, platos y jarras. La decoración se reduce a acanalados, estriados, y en algún caso con aplique de cordón. Entre esta tipología hay que destacar dos fragmentos de Hanukiyas esmaltadas para acoger el fuego de las lamparillas rituales que se prenden en la festividad judía de Las Luces o Luminarias. Finalmente también son copiosos los fragmentos con cubierta estannífera reconocibles por su esmalte blanco. De igual modo se asocian principalmente con el servicio de mesa, cuencos y platos. La variedad estriba en su decoración. Una pequeña porción cuenta con motivos pintados en verde y manganeso que recuerda las manufacturas turolenses. Mayor número las que tienen esquemas geométricos y vegetales en azul cobalto a semejanza de las producciones levantinas. Por último, hay algunos ejemplares con 'lustre metálico' o 'reflejo dorado' que denotan el alto nivel social que contaban los pobladores de este lugar a lo largo de los siglo XIV y XV».
Entre los objetos metálicos, señala Fabiola Monzón, se pueden establecer diferencias muy claras en cuanto a su uso y cronología. Así, por un lado se rescataron seis monedas. «Tres de ellas son Noven de Alfonso XI y dos Cruzado de vellón de Enrique II. Otra moneda es ilegible. A ellas se suma un jetón navarro, todo un conjunto fechado en el siglo XIV». Salieron asimismo otros objetos que se corresponden con apliques decorativos, siendo el más relevante un adorno de arreo de caballo «realizado con una aleación de cobre sobredorada, con esmalte posiblemente en azul y blanco, en cuya forma polilobulada se puede leer la palabra AMOR, un vocablo frecuente ligado a la caballeresca». Otros objetos hallados pertenecen a proyectiles de bala de plomo de arma de avancarga y trozos de munición de artillería asociados con los primeros años del siglo XIX y con la Guerra de la Independencia. «Y el hueso es la materia prima utilizada para la fabricación de tres pequeños dados, elementos de juego al igual que una pequeña ficha de cerámica también encontrada en el lugar. También de hueso es un fragmento de mango pero la mayor parte de los restos óseos hallados quedan asociados con la alimentación de la población asentada en esta parte del cerro. Destacan los ovicápridos en mayor porcentaje, seguido de los bóvidos, aves y équidos. El cerdo sólo está presente en un fragmento. Una información de interés son las numerosas marcas de carnicero que presentan, tanto para el despiece como para el descarne».
Valiosa información. De todo ello, concluye la arqueóloga, «el desprendimiento de tierras ocurrido en la calle Las Murallas no ha supuesto la destrucción de estructuras de poblamiento ni desprendimiento de la muralla que en este caso se encuentra desaparecida tal vez como consecuencia de una de las brechas abiertas sobre el muro por parte de los ejércitos aliados en el asedio de 1812. No obstante, gracias al control arqueológico posteriormente realizado ha sido posible obtener un interesante material arqueológico, fechado entre los siglos XIV y XV y que ofrece nuevos datos sobre el poblamiento de la zona. Nos encontramos en uno de las áreas ocupadas por la aljama judía que por estos siglos había quedado bastante mermada a partir de la masacre antisemita de 1391. Gran parte de la misma se posicionaba al otro lado del cerro en el entorno de San Martín aunque es posible que se mantuviera algún reducto en este lugar». Apunta Monzón que resulta complejo identificar las ocupaciones judías «ya que las viviendas, el urbanismo, y gran parte de los objetos que utilizaban eran idénticos a las empleadas por los cristianos. Solo algunos aspectos rituales vinculados con el estilo de vida hebreo pueden avalar sutilmente su presencia. En este caso, contamos con varios fragmentos de Hanukiyas y la ausencia del cerdo es muy relevante lo cual podría ser un indicativo de la pervivencia hebrea en esta zona de la ciudad en los siglos bajomedievales».