Un fallo de seguridad a cargo de una empresa, Crowdstrike, de la que muy pocos habían oído hablar, colapsó el viernes los aeropuertos de medio mundo y hasta el ordenador desde el que estas crónicas se envían. Hubo pánico en el planeta, entre otras cosas porque nadie sabe exactamente qué datos suyos contiene la nube omnisciente y menos aún sabe quiénes son esos duendes invisibles, técnicos alojados en cuevas inexpugnables, de los que dependemos y que manipulan esos datos. Un error mínimo suyo nos puede hacer saltar por los aires, por las nubes, si se me permite.
La tecnología avanza quizá demasiado aprisa para esta mayoría de legos que poblamos el mundo, que votamos y pagamos nuestros impuestos, además de elevadas facturas para mantenernos a flote en el mundo de las ondas. Por eso mismo habría que exigir a quienes nos representan, a quienes administran nuestros votos y el dinero de nuestros impuestos, que nos ofrezcan una serie de certidumbres, seguridades e incluso amparos. Nada de eso hemos tenido, al menos hasta el momento de escribir esta columna. Silencio en el Consejo de Ministros, silencio en La Moncloa, silencio en Génova, silencio en...
Quienes me conocen saben que pienso que ceder todo el espacio político y social de debate a las actividades, sin duda muy poco estéticas y seguramente menos aún éticas, pero creo que no ilegales, de la esposa del presidente del Gobierno me parece un derroche. Demos a la nube lo que es de la nube y a Begoña Gómez lo que es de Begoña Gómez, o lo que quizá no sea académicamente suyo, pero ese es otro cantar.
Y siempre recalco que conste que no defiendo a la esposa de un presidente de Gobierno por la que es difícil sentir alguna simpatía. Es, simplemente, que pienso que hay cosas más importantes de las que todos, y sobre todos nuestros ministros, deberían ocuparse prioritariamente antes que de la defensa, cual si fueran sus abogados, de la señora del presidente. Y sí, siento cierto pesar al ver que nada menos que el ministro de Justicia y de otras varias cosas, el 'hombre fuerte' del Gobierno, encabeza a este equipo oficioso de defensores, como si el mundo togado no estuviese en llamas, comprometiendo acaso con ello su futuro político.
El mundo tiembla, literalmente, y lo he escuchado de boca de no pocos diplomáticos acreditados en Madrid, ante la posibilidad, que va siendo probabilidad, de que alguien como Trump se establezca de nuevo en la Casa Blanca: todo, hoy, pende de un hilo. Y este viernes ese mismo mundo se estremeció de terror ante la hipótesis de un colapso general en unas ondas que la ciudadanía normal y corriente ha dejado hace tiempo de controlar, si es que alguna vez las controlamos. La Unión Europea se blinda de la ultraderecha renovando un pacto entre conservadores, socialdemócratas, liberales y ecologistas. Seguimos viendo fotografías impactantes y dolorosas llegadas de Gaza o de Ucrania. Etcétera.
Sobre nada de esto he escuchado hablar últimamente a quienes dicen representarnos, comenzando por Pedro Sánchez y concluyendo por Núñez Feijóo, quien declaraba a los jóvenes del PP en un campus de verano que "si mi mujer declarara por corrupción, yo no podría salir a la calle". Es otra versión del 'váyase, señor Sánchez', el tema prioritario para una de las dos Españas.
Yo creo que la era de Sánchez, como la de Biden, si se me permite el quizá arriesgado paralelismo, ha concluido. Pero no por lo de Begoña o su hermano, quizá excesivamente perseguidos judicial y mediáticamente (no quiero decir, por supuesto, que nada se publique ni se investigue sobre ellos, ni mucho menos). Sánchez ha conculcado leyes importantes, comenzando por la Constitución, nos ha dejado atónitos con su manera de gobernar en sus años al frente del poder en general y en este último año, cuyo aniversario se cumple el miércoles, desde las elecciones, en particular. Tiene todos los frentes abiertos y mantiene cada vez más difícilmente el equilibrio de los platos chinos, desde lo de la investidura de Illa y la posible llamada judicial al fiscal general hasta lo del juzgado en Plaza de Castilla tomado por la policía, incluyendo la entrada al garaje.
Y, así, me parece que tiene desatendidos muchos problemas de Estado, pese a la apariencia, que ofrece con indudable éxito, de un presidente viajero y omnipresente. Claro, nos hemos acostumbrado ya a la idea de que pretende transitar al completo por una Legislatura en la que le va a ser muy difícil aprobar ley alguna en el Parlamento, porque sus apoyos ya no son los de antes, y, si no, pregúntenles a Puigdemont o a Ione Belarra. Pero a lo que yo al menos no me acostumbro es a este silencio, incluyendo al presidente y también a los ministros más directamente involucrados, cuando el mundo tiembla, sin comprender muy bien por qué, ante el temor de que una nube universal caiga sobre nuestras cabezas. Les pagan y les votan para que, al menos, ya que del todo no pueden solucionarlo, nos lo expliquen. Y no: silencio. Silencio también -también- en esto. Están como en las nubes.