Alejandro Quecedo y su abuelo nunca faltaban a su cita de fin de semana en el entorno de Poza de la Sal. Allí, en medio de un afloramiento salino casi a cielo a abierto, conocido por los habitantes como el diapiro, el tiempo se detenía y las horas pasaban como minutos. Adulto y niño compartían la afición de observar aves y estudiar sus comportamientos. Estos mutaron con el paso de los años y a un todavía jovencísimo estudiante de Primaria le comenzaron a surgir dudas. «¿Por qué cada vez vuelan menos pájaros por esta zona?, ¿por qué hay especies que apenas se dejan ver?», se preguntaba una y otra vez. Sin apenas darse cuenta el briviescano había firmado un compromiso con la más enérgica lucha a favor del planeta, este que le ha llevado hasta La Guajira, un departamento colombiano en el que las nieves perpetuas de la Sierra Nevada se unen a las insólitas dunas del desierto y en el que se vislumbra el mar de los siete colores de San Andrés.
Estudiante de Ciencias Políticas, Sociales, Humanidades y Sociología en Francia, cursa el tercer año de formación en la Universidad de Los Andes, en Bogotá. Entre la cantidad de posibilidades para el traslado obligatorio optó por el país latinoamericano al considerarlo «un complemento muy necesario para la educación» y su proyecto formativo. «Aquí influyen demasiados factores y actualmente se viven situaciones muy interesantes, como la salida del conflicto armado y la creación de un nuevo modelo de cultura por la paz. Colombia tiene muchas ganas de vivir, pero los intereses de empresas privadas por extraer los recursos naturales del país, entre otros, continúan maltratándola», comenta.
En la capital del país sigue un modelo de educación libre y conoció a María Cecilia Roa, una de sus profesoras que desarrolla un proyecto de investigación sobre el extractivismo del carbón en la mina Cerrajón, una de las más grandes del mundo a cielo abierto asociada desde hace décadas al escándalo. «Se trata de un caso de estudio que muestra el poder empresarial descontrolado y sus devastadoras consecuencias para las personas y el planeta. Las comunidades que viven cerca de la mina son algunas de las más empobrecidas del país. Durante casi cuarenta años han inhalado polvo contaminado, y el agua que consumen contiene los desechos tóxicos vertidos en sus ríos», explica.
El pasado año, los propietarios del yacimiento -las empresas BHP, Anglo-American y Glencore- anunciaron que pretendían ampliar la mina en el pueblo de Cañaverales, un hecho que implicaría «abrir un tajo» en un lugar único que goza de un manantial de agua a pesar de ubicarse en una zona desértica donde residen unas 7.000 personas que viven de la agricultura. «Tienen proyectado desalojarlo, al igual que hicieron con otras comunidades indígenas del territorio,», explica el burebano. «El proyecto en el que me he involucrado trata de ayudar a esa gente de forma legal y evitar que abran la mina mediante movilizaciones sociales y llamadas de atención», añade.
Publicación. Dar voz a lo que rodea dicho negocio tiene consecuencias. A pesar de ello, el miedo queda a un lado y las comunidades locales están respondiendo. Varios grupos indígenas se han asociado con el sindicato de Cerrejón para protestar contra las condiciones de vida y trabajo. El enclave es el hogar de personas que se han visto afectadas desproporcionadamente por el acaparamiento de tierras y los desalojos forzados para dar paso a la explotación. Sin embargo, criticar a Cerrejón tiene sus propios riesgos y el «Centro de Derechos Humanos y Empresas ha documentado varios ataques en contra de quienes se oponen a estos proyectos», manifiesta Quecedo.
Ello no le impide aportar el cien por cien de sí mismo y cooperar con la causa hasta tal punto que actualmente se encuentra inmerso en la publicación de un nuevo libro junto a dos compañeros y Roa, la docente. «Nací de la esperanza de un cultivo surge a partir de convivir con estas personas y conocer a la única familia que ha logrado regresar a su casa expropiada. Me uno a personas vibrantes a las que me uno para poder hacer justicia por la presión mundial a la que están sometidas», declara. La intención de este defensor del planeta, que a día de hoy recorre las montañas bolivianas, es que el trabajo se convierta en una plataforma para escuchar las voces de Cañaverales con fotografías y testimonios.