En 2012, Laura Terradillos tenía 36 años, un niño de 5 y muchos planes. Entre ellos, más hijos. Pero un día que se hizo una autoexploración del pecho en la ducha, notó un bulto que introdujo en la familia al cáncer de mama y lo cambió todo. «Al principio, pasé por todas las fases del duelo. Pero tras la negación y el enfado llega la aceptación. Y las personas más cercanas también tienen que hacer ese proceso para asumir que no eres la misma; ni en espíritu ni en cuerpo ni en nada», dice junto a Javier Moreno Ibáñez, su marido y la persona que más cerca de ella ha estado en estos últimos doce años; un tiempo que Terradillos cree que «ha sido de regalo» y en el que el matrimonio ha pasado dos veces por el mismo trance. «Aprendes que la vida no es lo que tú quieres: es un juego en el que te tocan unas cartas, con las que tienes que hacer lo que puedas para intentar ganar», dice esta psicóloga y orientadora, siempre sonriente.
El primer diagnóstico coincidió con el cierre del General Yagüe y el traslado del hospital al HUBU, y entre que «las pruebas se ralentizaban mucho» y que ella estaba en momento de bloqueo, él tomó la iniciativa. «Entonces, yo trabajaba en Benteler, empresa a la que estoy muy agradecido. Primero, porque una compañera que había tenido cáncer de mama me orientó y, segundo, porque me apoyaron mucho», cuenta él, destacando que disponían de un seguro médico que les permitió marcharse a Pamplona, a la sanidad privada. «Cuando me llegó la carta con la cita para la primera ecografía en Burgos, allí me habían hecho el ganglio centinela, me habían dado el diagnóstico con el tipo de cáncer que tenía y me habían citado para empezar la quimioterapia en una semana. En un día me hicieron todo y en siete, empecé el tratamiento», recuerda ella, matizando que fue en esos primeros momentos cuando comenzó lo que denomina su «come come». Y se explica: «Es que yo iba a la consulta de mi oncóloga y todo era como muy estadístico: tienes este tipo de tumor, necesitas tantos ciclos de quimio... Y yo pensaba que no quería ser una estadística, sino protagonista de mi proceso; no podía decidir el número de sesiones, pero sí cómo lo iba a llevar».
Así que intentó pensar en las cosas que le gustaban y «conecté con lo que hacía de pequeña: pintar, escribir... Encontré aquello que, en algún momento, se me había olvidado y era como llevar dos vidas paralelas: por una parte la enfermedad y, por la otra, todo lo que yo recuperaba del pasado». Ese afán por buscar motivaciones lo impulsaba también su hijo, al que había que explicarle lo que sucedía en casa de forma que lo pudiera comprender. «Así que le hice un cuento -¿Qué le pasa a Benjamín?- que le leía cada noche, pero que me hacía más efecto a mí que a él, porque al dibujarlo, escribirlo y narrarlo, me iba acercando al proceso y, mentalmente, lo iba aceptando», afirma, mientras Moreno Ibáñez apunta que «hay varias formas de verlo [el diagnóstico de cáncer], pero los niños no son tontos y nosotros creemos que se lo tienes que contar. De buena manera, para que lo entienda, pero lo tienes que hacer». Algo que, remacha ella, «es también un síntoma de que tú estás aceptando tu situación».
Lo cual no significa que sea fácil. Moreno Ibáñez considera en este sentido que «los duelos cada uno los pasa de una manera, pero es bueno hablar de ello. Tiras, tiras, tiras y los vas asimilando, pero hay que hablarlo y sacarlo, porque, si no, se te queda dentro y te acaba enfermando. Y hay veces en las que tienes tus momentos, pero es que no queda otra». Terradillos asiente y añade que el cáncer también es un tema de relación, «porque yo no soy la misma de antes y él tampoco. Es como reajustar de nuevo la pareja a una persona diferente, con otro aprendizaje y con unos valores, quizá, también distintos, porque miras la vida de otra forma. Es un reajuste de encontrarnos de nuevo y planificar un futuro».
En esas estaban cuando, seis años después del primer diagnóstico, Laura se notó, de nuevo, un bulto. «Mentalmente lo llevé mejor que el primero, porque cuando conoces al enemigo es como que tienes más armas para enfrentarte a él», explica, sin obviar que para la familia fue un mazazo. «Mi hijo entonces era preadolescente y ya sabía qué era, habíamos dicho 'adiós' a gente con esta enfermedad y entendía que había un riesgo», cuenta, mientras Javier insiste en que recurrieron, otra vez, a la estrategia que los mantuvo en pie en el primer proceso: normalidad. «Laura y yo somos muy activos, pero no dejamos de hacer nada. Ella siguió trabajando y tratando de darle máxima naturalidad, en un ejemplo para nuestro hijo y para nuestro entorno. Pero es que si te centras en la enfermedad, lo negativizas», comenta, subrayando, como ella, que «estuvimos muy apoyados por la familia».
Ahora, Moreno Ibáñez destaca que «Laura es una persona sana. Ha tenido cáncer dos veces, pero acabó el tratamiento [quimioterapia y cirugía] y está curada. El segundo diagnóstico fue un chasco, pero ahora no pienso si va a volver». Terradillos es consciente de que «el cáncer va a ir conmigo; no como presencia, pero sí como momento vital. Y como me ha pasado dos veces, no puedo mirarlo por encima del hombro: ¡Ja! Te he superado. No. Cuando vino la segunda vez fue una cura de humildad». Así que lo toma como «una alarma que te ayuda a despertar».
(Testimonio completo, en la edición impresa de este viernes de Diario de Burgos o aquí)