Las tradiciones rurales penden del hilo de la memoria, manteniéndose vivas con equilibrios a través de las voces de los mayores. Sus relatos dejan en el camino de la historia pequeñas miguitas de lo que fue el pasado, bajo el peligro de que el paso del tiempo arrase los recuerdos. Ese parecía ser el destino de la senda del arroyo Barranco Malo, que abastece de agua a Pineda de la Sierra. Antiguamente era una importante ruta trashumante, pero con la pérdida de actividad ganadera se había convertido en un camino inaccesible de tapias caídas, matorrales y maleza, imagen simbólica de su paradero en la memoria.
Su rescate llegó gracias a la asociación El Torruco, fundada en el año 2023 en Pineda para promover la calidad de vida de los vecinos. Una de sus primeras acciones fue la creación de la ruta interpretativa de Riajales, y este sábado volvieron a la carga con el objetivo de habilitar un recorrido lineal de 5 kilómetros a la sombra de robles, hayas y tejos y acompañado del rumor del arroyo.
«Va desde unos antiguos lavaderos donde se lavaba la lana hasta la tenada de Sárrita en la montaña de San Millán, donde se dejaba el ganado en época estival», explicaba Ana Belén Conde, presidenta de la asociación, mientras se acercaba a la zona más estropeada de la senda con siete voluntarios. «Era la trasterminancia, un tipo de trashumancia que se llevaba a cabo cuando se acababan los pastos y había que subir el ganado a más altura», añadía.
Los voluntarios desbrozaron los primeros kilómetros del camino - Foto: Iván López Al pie del camino y motosierra en mano, el paisano Sixto rememoraba sus pasos y el trajín diario de los pastores. «Tenía ocho años cuando mi padre subía allí, dejaba el ganado y se quedaba a dormir, le llevábamos la comanda cada tres días con yeguas», explicaba ilusionado de desenterrar su propio pasado. «Es fundamental gente como Sixto, que conoce las fuentes y las tenadas, ha vivido esa historia», comentaba al escucharle su vecino Javier, un apasionado de los pájaros que estaba estudiando la posibilidad de añadir casetas en el camino para ofrecer refugios a los herrerillos. «Es importante impulsar la concienciación, además aquí en el río tenemos el desmán ibérico, que está en peligro de extinción», señalaba.
La intención de la asociación, financiada en esta aventura por el Aula de Medio Ambiente Caja de Burgos, es lanzar campañas de voluntariado para desbrozar el camino, que en las zonas más próximas a la tenada es inaccesible. También se plantean añadir carteles con códigos QR para explicar la historia y las ruinas de la ruta.
Los voluntarios asumían una larga tarea de aproximademente dos años. No pudieron comenzar en verano, cuando contaban con más manos, porque era peligroso trabajar con motosierras; y preveían parones por las adversidades climatológicas de la zona. «Antes la gente se organizaba conjuntamente para limpiar el bosque, pero ahora, si no hay voluntarios, se pierde esta ruta», advertía Gonzalo, miembro de la asociación, que estaba fascinado con los paisajes.«Vas por un bosque cerrado y de repente se abre un valle intocable», aseguraba. Al terminar la mañana, ya habían abierto los primeros kilómetros de camino, desempolvando los caminos de su propia historia.