Suena la mítica canción de Los Calis. ‘Una paloma blanca que yo tenía, cuando quería se me escapaba’. Y aparece Miriam dando un paseo con tres de sus animales más queridos, un perro y dos ovejas, Paloma y Blanquita, que ha criado a biberón en los dos últimos años y que le siguen a todos los lados, como si estuvieran amaestradas. Segundos después entran en escena Justin Quiles, Daddy Yankee y el Alfa con el Pam, Pam, Pam de esa música que los mayores de 40 echamos toda al saco del reguetón y que se ajusta como un guante al movimiento del tractor. Sin transición salta de Camarón al Canijo de Jerez y de ahí a Maluma y a Manzanita. Porque no hay ritmo que le caiga mal. Ni a Miriam ni al tractor.
Más de 17.500 personas saben cada mañana cómo ha amanecido en Villaquirán de la Puebla (junto al Camino de Santiago y a Castrojeriz), qué labor agrícola toca en esta época del año o cómo va creciendo el chotito al que alimenta con un biberón casero, fabricado con un cubo y una goma que hace las veces de tetina. Buscaba algo similar a la cuenta de «una chica del sur, ingeniera agrónoma, que hablaba del mundo rural» en Instagram y creó Jóvenes Agricultoras para «tratar de dar un poco de visibilidad» al campo y a sus animales. Aunque, al final, la visibilidad es para ella. ¿Qué hace una mujer de 25 años, con unos hipnotizantes ojos aguamarina y un cutis de terciopelo, esteticista de formación, pasando el rodillo por las tierras de Odra-Pisuerga o limpiando el establo de la vacas y recogiendo los huevos de sus gallinas?
«Lo que siempre he querido», afirma rotunda. «Cuesta y es complicado, pero estoy superbien y vivir en el pueblo es lo mejor, no lo cambiaría», confiesa con una voz suave, que delata una timidez y una imagen muy diferente a la que ofrece en redes sociales.
También para romper esos estereotipos Miriam se expresa a través de sus vídeos. Suena Bárbara Lozano y su versión merengue del ‘Que digan lo que quieran de mí’. Su felicidad parece contagiosa. «La gente se cree que esto es muy fácil pero... No es fácil, no. No es fácil. Alguna vez dices: tiro la toalla y lo dejo todo», apunta, poco dada a las confesiones. Cazadora, defiende que «regulada y controlada es buena», ya sea del conejo que destroza sus cultivos o de los lobos que atacan en la sierra; y taurina, asegura que no ha recibido ataques en las redes sociales por mostrarse como es.
Su mirada aún no ha podido despejar el velo de tristeza que cayó sorpresivamente hace unas semanas. Su madre falleció cuando tenía 11 años y Miriam creció con dos padres. Acaba de perder a uno, su tío Darío, y le cuesta verbalizar todo lo que ha significado en su vida. «Me enseñó valores, respeto, coraje, madurez y mucha fuerza para seguir», dejó escrito en su Instagram el 3 de marzo.
«Tenía todos los animales del mundo», exclama con admiración ahora. Y recuerda las ocas y patos que acabaron por desaparecer, «se los llevó el zorro, supongo», y el caballo con el que de chiquitines iban por mitad del pueblo, «sin silla ni nada». Ahora tiene a Bandolero, un precioso ejemplar que llegó a Villaquirán en diciembre y ya es el jefe. «Al principio las vacas le amochaban», pero se ha hecho respetar a mordiscos. Los vídeos que cuelga Miriam en las redes semejan esos mordiscos de Bandolero por hacerse respetar en un mundo aún con pocas mujeres, donde una cara bonita y joven chirría. Y aunque reconoce que el trabajo más físico lo asume su hermano, ella no rechaza ninguna labor. «Yo voy a rodillar, a cultivar, voy con él a todo, a acarrear en verano, con el tractor a llevar el trigo a la cooperativa mientras mi hermano está cosechando... Y las vacas las cuido yo porque a él no le va mucho lo de los animales», para añadir la que quizás sea la labor más ingrata. «Hago todo el papeleo. Mi hermano monta en el tractor y se olvida», dice, sin que suene a reproche. No es fácil trabajar en familia. «A veces sí es duro, chocamos mucho» y casi siempre se inclina la balanza de un lado. «Suelo ganar yo, sí, pero buenas broncas me llevo», desvela cómplice.
Acostumbrada a llevar las riendas de la casa y de Bandolero, un día decidió que quería también las de su pueblo. «Lo comentaba en casa, no me tomaban en serio y me decían: ‘que no te pongas, que eso es mucha responsabilidad, que luego la gente va a ir y te va a echar las culpas, lo hagas bien o mal’». Pero ella no cejó en su empeño, se buscó otra compañera de viaje de 28 años y un partido, Ciudadanos. «Había un alcalde que llevaba 40 años, 84 tenía. Igual ha hecho cosas cuando era joven, pero ya no hacía nada más que arreglar la plaza, que la arreglaba 40 veces», explica. Ellas han empezado por el bar y ahora van a reformar una casa para alquiler social con el programa Rehabitare. Al menos su antecesor no dejó deudas y tiran con los 25.000 euros del coto. «Que se mantenga por lo menos, porque estos pueblos tan pequeños van a menos», asume. Y parejo a su deseo marcha su futuro. «Yo me veo aquí dentro de 20 años pero no sé lo que pasará, porque son pueblos tan pequeños», suspira.
Así se aprecia que la España Vaciada, además de llenar libros y ministerios, también frustra sueños. Está por ver qué ocurrirá con el de Miriam, montar una granjita con 100 vacas y un hotel rural en Villaquirán. «Ya tengo el terreno, pero como todo vale tanto», se queja para poner como ejemplo la maquinaria. «Te vas a comprar un tractor y te cuesta 200.000 euros, como una casa, para amortizar eso estás una vida», así que los suyos tienen 13 años. «Están viejitos, pero hay que seguir con ellos», se resigna.
Desde que tiene uso de razón se ve subida a un tractor, por supuesto se sacó el carné a los 18, y sus recuerdos de locuras de infancia marchan en quad, que Miriam conducía con 9 años. «Una vez nos persiguió la Guardia Civil hasta casa», recuerda entre risas, pues aunque siempre ha sido «muy responsable» -la pérdida tan temprana de su madre tuvo mucho que ver- el pueblo «espabila» a los niños. Por eso habla casi con pena de aquellos que no pueden vivir aquí todo el año y despiden el verano entre lágrimas. No como Miriam, quien asegura encontrar todos los días una razón para sonreír.