La orden monástica de la Cartuja de Miraflores no va a detener su justa 'cruzada' por recuperar lo que es suyo. La nueva documentación descubierta en un fondo de la Institución Fernán González, de todo punto reveladora del saqueo al que fue sometida la abadía por parte del presunto mecenas José María de Palacio y Abárzuza, conde de las Almenas, es un argumento más a favor de la reclamación que ha realizado esa comunidad al Metropolitan Museum de Nueva York, entidad que posee y exhibe desde hace décadas una talla de Santiago El Mayor que fue en su día sustraída del panteón real de la abadía burgalesa, de esa maravillosa obra de arte en alabastro que es el sepulcro de Juan II e Isabel de Portugal.
Tal y como publicaba este periódico hace unos días, entre esa documentación hay cartas escritas por el conde de las Almenas en las que queda acreditado el robo de esa talla (que no fue la única pieza desaparecida del monasterio burgalés durante el tiempo en el que Palacio y Abárzuza estuvo al frente de la presunta restauración del templo gótico). Según ha sabido este periódico, el bufete de abogados que está llevando la reclamación de los cartujos al MET ya se ha dirigido a la institución académica para consultar esos documentos y añadirlos a la petición oficial que se ha realizado al citado centro museístico neoyorquino. Se trata, entienden los reclamantes, de una información de todo punto sustanciosa que puede ayudar «mucho» a cumplir el anhelo de ver de vuelta la talla de Gil de Siloe.
En una de las epístolas que dirigió a Luciano Huidobro, historiador y académico que fue la Fernán González, el conde de las Almenas poco menos que se autoinculpa de sus desmanes acusando a un monje de la abadía de ser el culpable de que se airearan los tejemanejes que se traía en el monasterio: La indiscreción del hermano Tarín ha sido la causante de todo, escribe. En otra, se le ven las costuras de un modo escandaloso cuando, ya con la polémica desatada en la ciudad, escribe a Huidobro: Deseo saber si también les han dicho que vino [a Madrid] la estatuita de Santiago y si la han echado de menos...
René Jesús Payo, director de la academia burgense, consideró tras el hallazgo que esta documentación aclara que sacó las piezas sin el consentimiento de los cartujos ni del arzobispo. Que se trata, sin duda, de una sustracción indebida. Es, también, la opinión de Juan Manuel García-Gallardo, el abogado que está llevando de forma altruista el asunto a los cartujos. «Ya nos hemos puesto en contacto con la Institución Fernán González para consultar toda esa documentación que tenemos claro que es muy valiosa para los intereses de la orden monástica que rige la Cartuja. Esto da más esperanzas», explica el letrado burgalés.
El conde de las Almenas, que tenía muchas influencias, convenció a los monjes para rehabilitar distintas estancias de la Cartuja. Y algunas cosas hizo en este sentido, «pero, a la vez, fue sacando piezas que, en teoría, fueron llevadas a Madrid para su restauración. Hay constancia de que salieron muchas, como deja por escrito en estas cartas que remitió a Luciano Huidobro. Hecho que además pudieron constatar, durante una visita, miembros de la Comisión de Monumentos. Aquello provocó que se iniciara el proceso para declarar Monumento Nacional la Cartuja, como una manera de protegerla.
Naturalmente, el conde de las Almenas se negó, y llegó incluso a pedirle al presidente Eduardo Dato que frenara aquella declaración», explicaba Payo hace unos días a este periódico, a la vez que afirmaba que «lo que se detrae de las cartas es que actuó fundamentalmente movido por intereses particulares».
Embaucador y ladrón. En los albores del siglo XX, el cenobio burgalés arrastraba diferentes males, herederos de los expolios llevados a cabo por las tropas napoleónicas durante la invasión francesa y por las sucesivas desamortizaciones posteriores. En esas se estaba cuando hizo su aparición en Burgos el conde de las Almenas, quien en su calidad de presunto mecenas y con el beneplácito de los moradores del monasterio, se arrogó la responsabilidad de llevar a cabo obras de reforma en el interior del templo que, como pudo comprobarse tiempo después, no obedecían más que a un fin exclusivamente crematístico. En su estudio Las aventuradas labores de restauración del conde de las Almenas en la Cartuja de Miraflores (Revista Goya. 2006), la investigadora e historiadora María José Martínez Ruiz afirma que fue hacia el año 1905 cuando el conde de las Almenas inició la personalísima 'rehabilitación' del monasterio cartujo, que se prolongó durante años con un resultado nefasto. La historiadora apunta este saldo en el haber de Abárzuza: «La escultura de Santiago el Mayor había desaparecido y tres figuras nuevas, que nada tenían que ver con el conjunto inicial, habían irrumpido entre los apóstoles [el sepulcro original estaba rodeado por doce figuras, de las que sólo quedaban cuatro a finales del XIX] quizá para disimular los huecos dejados por las obras perdidas. Se trataba de un San Esteban, que procede de la tumba vecina del infante don Alonso, así como una santa y un santo dominico con libro estos dos últimos habían sido reconstruidos. Es decir, imágenes procedentes de otro lugar, y aparentemente poco acordes con el programa iconográfico original, habían sido mezcladas con las primitivas, a lo cual se añadía una general reordenación del grupo».
Eso sí, el conde las Almenas se vio envuelto en 1915 en una agria polémica después de que aparecieran denuncias sobre sus fechorías de las que la prensa de la época se hizo, y de que especialmente Diario de Burgos, con su director Juan Albarellos a la cabeza, hiciera de éste un casus belli. Para limpiar su imagen, Abárzuza abrió una suscripción popular que él mismo 'inauguró' con 5.000 pesetas, cuyo dinero iría destinado a proseguir la reforma del templo. La maniobra apaciguó los ánimos de los burgaleses, aunque el personaje, sabedor de que se había visto pillado in fraganti, decidió al poco tiempo buscar nuevos horizontes.