El Bar Juez pide un relevo: «Toca pensar en otras cosas»

D. ALMENDRES / Burgos
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Junto a su marido Jesús, Gabriela Gutiérrez lleva el peso del Bar Juez, un 'clásico' de Burgos, desde hace más de cuatro décadas. «La gente joven no quiere trabajar en hostelería. Ni más, ni menos», asegura con pesar

Gabriela Gutiérrez, propietaria del Bar Juez. - Foto: Luis López Araico

Clásico entre clásicos, el Bar Juez funciona hoy a pleno rendimiento. Parada obligatoria en la calle Francisco Salinas, desde hace un año luce en la puerta el cartel de 'se vende'. Los propietarios han cumplido con su labor al frente de un negocio que busca un complicado relevo generacional, pero se resisten a bajar la persiana de un día para otro sin dar un futuro a todo el esfuerzo realizado.

Para Gabriela son ya 44 años al pie del cañón preparando almuerzos y comidas desde las 6:00 de la mañana. El negocio funciona, pero esta exitosa etapa del Bar Juez pide un relevo natural que aún no ha llegado. «La gente joven no quiere trabajar en hostelería. Ni más, ni menos», asegura con pesar.

El bar rinde «al cien por cien» de su capacidad, con la barra y las mesas ocupadas por gente de paso, habituales, trabajadores y vecinos del entorno. Una suerte ganada a pulso jornada a jornada desde hace décadas y que pide un esfuerzo más cada día.  «No sé qué otros motivos puede haber para que los jóvenes no den el paso, pero está claro que la hostelería exige muchas horas cada día y no todo el mundo está dispuesto a venir», insiste. 

«Nosotros damos desayunos y cerramos a las 23:00 horas. Los fines de semana aún más tarde, cuando se va la gente», resume Gabriela Gutiérrez, quien lleva el peso del establecimiento junto a su marido, Jesús Juez, con el apoyo fundamental de una empleada que no deja de atender la barra y las mesas durante el tiempo que dura la conversación.

Las dificultades para encontrar un relevo contrastan con el interés mostrado por los clientes para que la puerta siga abierta. «La gente quiere ir al bar de su barrio, eso está claro», indica Gutiérrez.

«A mí me dicen muchas veces que no cierre, que no me vaya, pero la vida se va acabando, hay otras complicaciones y hay que pensar en otras cosas después de 52 años cotizados», zanja, mientras cruza los dedos para que llegue en el corto plazo la llamada esperada.  «La venta la lleva una agencia, pero no acaba de salir. Hubo un par de interesados y al final no se decidieron a cogerlo», lamenta.