Paso atrás. Mirar al pasado puede ser conveniente, cómo no, para evitar repetir errores. Obsesionarse con el pasado es, en cambio, un gran error. Sacar a Franco de su muy escasamente visitada tumba en Mingorrubio para agitar una memoria que debería ser constructiva, como anunció Pedro Sánchez que hará su Gobierno durante todo el año 2025 -¿para conmemorar, o lo que sea, los cincuenta años de la muerte del dictador?- me parece incomprensible. No sé por qué lo hace el presidente de un Gobierno que afronta muchos problemas coyunturales y uno insoslayable: adecuar el país al Cambio que, en todos los órdenes, está experimentando el mundo. Y eso necesita un Gobierno que gobierne, no que nos distraiga.
Y es que habrá quien diga que, con el espantajo de Franco, se trata de provocar la distracción de la ciudadanía sobre otras cuestiones, desde la corrupción a la fragilidad parlamentaria, crecientes ambas, de un Ejecutivo que insiste en que permanecerá en el poder hasta 2027... por lo menos. No me parece la del dictador una figura lo suficientemente interesante para una mayoría de los españoles, que no conocieron sus desmanes, como para hacernos olvidar los retos pendientes, el relegamiento de la legalidad, los pisotones a la Constitución y la falta de moralidad de la política de hoy en general. Las barbaridades hechas antaño, medio siglo ha, no disculpan los errores de hogaño, y por supuesto que no estoy comparando unas cosas con otras.
Y, en todo caso, si se quieren conmemorar los cincuenta años de la democracia, habría que haber esperado a 1977, que es cuando se formaron las Cortes constituyentes con las primeras elecciones libres y la legalización de todos los partidos. Pero, claro, esa es una fecha muy tardía para las necesidades de Sánchez: no van a estar las cosas en 2027 para conmemorar nada sino, sospecho, para lamerse las heridas.
Más valdría que, en lugar de celebrar falsas fechas históricas -1975 no fue el año de comienzo de la democracia, sino apenas el de la muerte, en noviembre, del dictador, tras haber dictado unas cuantas penas de muerte-, el Gobierno se afanase en cimentar la democracia a base de transparencia, de veracidad y de acuerdos que no sean oscuros y con forajidos y gentes que quieren destruir el Estado. Si se quiere conmemorar la democracia, afróntese la autocrítica, mejórense las prácticas, combátase de veras la corrupción, respétese la letra y el espíritu de la ley. Y fortalézcase, en lugar de deteriorarla aunque sea involuntariamente, la figura del jefe del Estado y la actual forma del Estado, que fue la que, ya que hablamos del tema, vino a traer la democracia de la mano de Adolfo Suárez, una figura que bien valdría la pena recordar con el afecto que mereció y su memoria exige.
No sé en qué anda la legión de asesores monclovitas si todo lo que se les ocurre, en lugar de hablar de la prospectiva 2050, es dedicarse a mirar a 1975, que no fue precisamente un año brillante y en el que Franco murió (en la cama, con su poder intacto) pensando que todo lo dejaba atado y bien atado. La memoria democrática, tal como creo que se ha de entender en una verdadera democracia, nada tiene que ver con resucitar rencillas y heridas tremendas que todos, todos, nos habíamos esforzado mucho, hasta ahora, en hacer que cicatricen.