Burgaleses, ¡tenemos torero!, vaya si lo tenemos. Qué manera de torear, de mandar, de poder a un toro, de arrancarle olés a esa plaza de Madrid hasta dejarla afónica, hasta hacerla rabiar de emoción, hasta tocarla en esa fibra en la que se rinde por completo… en fin, qué difícil era hacerlo y qué bien estuvo ayer Roberto Martín Jarocho.
No fue nada fácil, la tarde de hecho no fue fácil para él. En su primer novillo tuvo que estar serio y asentado. Muy centrado en un concepto que supo amoldar a la plaza más importante del mundo. Su animal no quiso regalarle nada y él le arrancó a base de querer una serie en redondo por derechos que calentó la plaza. Fue quizá un poco tarde para llegarle al corazón a la capital. Una estocada casi entera hizo que la gran mayoría de los tendidos le pidieran una oreja que no concedió finalmente el presidente. Todo eso con el sobrero que hizo tercero, después de que el toro del hierro titular tuviera que ser devuelto por falta de fuerza.
Pero con el sexto… ¡Ay el sexto! Qué animal más complicado, peligroso, mirón… tenía todo para darse la vuelta y decir que esa no era la mejor tarde para torear. Pero Jarocho tiene raza y sacó la casta que le viene de Huerta de Rey para empezar a dominarlo. En el capote ya se empezaron a ver las intenciones de ambos, y Roberto le pegó un ramillete de verónicas de la que una, se quedó especialmente grabada en la arena, por la armonía, el compás y la cadencia.
Ya con la muleta empezó torero, alargándole el viaje al novillo en pases de mucho gusto. El astado miraba y a punto estuvo de llevárselo por delante en una ocasión. Otro aviso le dio cuando por poco le vuela por los aires, y hasta otro percance se temió Madrid cuando un derrote le dejó cojeando. Pero esto va de raza y casta. Y a Jarocho le sobra. Por el derecho no decía gran cosa. Pero en cuanto quiso empezar por el izquierdo… se rompió la plaza.
(La crónica completa, en la edición impresa de este miércoles de Diario de Burgos o aquí)