Septiembre de 2014. Río de Janeiro, Brasil. En el HSBC Arena, estadio del Flamengo de baloncesto, no cabe ni un alfiler. El conjunto local desafía al todopoderoso Maccabi de Tel-Aviv en la Copa Intercontinental. Antes de la final, todos apuestan por el campeón de la Euroliga y nadie da un duro por el equipo carioca, pero una plantilla formada por una mezcla de veteranos y jóvenes promesas está dispuesta a desafiar a la lógica. Entre ellas se encuentra un tal Nico Laprovittola, Walter Hermann y un talentoso brasileño llamado Vítor Alves Benite. «Éramos el típico equipo que quería hacer historia y ganar a un campeón europeo. Contra todo pronóstico, lo conseguimos y fue muy especial. Es muy difícil de explicar qué se siente cuando ganas la Intercontinental», recuerda el capitán del San Pablo, que siete años después luchará por levantar de nuevo el título.

Por aquel entonces, Benite ya estaba asentado en el baloncesto de su país. Había ganado dos ligas brasileñas y la Liga de las Américas con el Flamengo. Sin embargo, todavía no había competido fuera de Sudamérica y aquella final era una oportunidad de demostrarse a sí mismo que podía pelear con los mejores. «Nadie creía que un club sudamericano pudiera ganar a un campeón de la Euroliga, pero supimos creer en lo imposible. Sabíamos que existía una posibilidad de ganar y que sería algo histórico para el club. No solo teníamos mucho hambre, sino que también había talento. Teníamos a Laprovittola, hoy en el Real Madrid, y a jugadores que acabaron poco después en la NBA. Además, también había gente con experiencia».

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