Una escena del triple crimen 'intoxicada'

F.L.D.-I.E. / Burgos
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El exceso de efectivos en el piso de los Barrio el día del triple crimen, hace 20 años, pudo destruir evidencias. En algún momento la búsqueda de pruebas quedó supeditada a teorías que los jueces tumbaron. El caso sigue sin justicia

Registros fallidos practicados en la casa de Ángel Ruiz en 2022. - Foto: Luis López Araico

El ímprobo trabajo que efectuó la Policía Nacional durante los días, semanas y meses posteriores para resolver el triple crimen no se vio acompañado por resultado alguno. Los efectivos del Cuerpo abrieron numerosas líneas de investigación, pero todas ellas terminaron en un punto muerto pese a la cantidad de diligencias que se practicaron. Revisaron todas las grabaciones de las cámaras situadas en las inmediaciones del domicilio; se entrevistaron con trabajadores y propietarios de una gran cantidad de negocios del barrio; paralizaron la recogida de basura de la ciudad durante 5 días en busca del arma o la ropa que usó el asesino; acudieron a todos los autolavados de la capital y la provincia para tomar nota de todos los coches que se habían sometido a una limpieza integral; viajaron a La Parte de Bureba, en multitud de ocasiones, para entrevistarse con vecinos, a muchos de los cuales tomaron muestras de ADN; se desplazaron muchas veces a Orense, al pueblo de Julia Dos Ramos, la esposa de Salvador, para investigar una posible conexión gallega en los asesinatos. Pero nada surtió efecto. Ningún sospechoso apareció en la infinidad de imágenes que examinaron los funcionarios de Comisaría. Y el cuchillo y el atuendo que usó el homicida jamás fueron hallados.

Sin prueba directa alguna que aportar al procedimiento en esos primeros días y semanas, la investigación se complicó y empezó a girar en torno a demasiadas teorías. Que el asesino fue sigiloso, pulcro y metódico es una evidencia, pero también lo es, a tenor de los testimonios recabados por este periódico, que la primera inspección que realizó la Policía Nacional  en la madrugada del día 8 de junio de 2004, cuando los cuerpos fueron descubiertos, se vio condicionada «por la gran cantidad de efectivos que había en el piso». Las mismas fuentes aseguran que en el quinto A de la calle Jesús María Ordoño «había demasiada gente, mucha de la cual allí no pintaba nada», de tal manera que bien pudo destruirse algún indicio.

El exceso de triunfalismo que exhibieron algunos de los responsables de la investigación aquella mañana, al considerar que el caso se resolvería en poco tiempo por la violencia que había utilizado el homicida -más de 100 puñaladas asestó a Salvador, Julia y su hijo Álvaro-, tampoco ayudaron durante las primeras horas. Más de uno estaba seguro de que en cualquier control en la vía pública sería descubierto el asesino lleno de sangre. Y no fue así. Veinte años después aún no hay culpable.

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