El temblor del hombre

R.P.B. / Burgos
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El poeta burgalés Ángel Rupérez publica Sorprendido por la alegría (Bartleby Editores), su séptimo poemario, en el que indaga sobre la memoria, la fugacidad de la vida y la emoción de lo cotidiano

Rupérez, el pasado mes de mayo durante la presentación de su novela Sensación de vértigo. - Foto: Luis López Araico

Huyendo de engolados lenguajes, excavando en el fondo de las emociones con las palas del corazón y la memoria, con ecos de autores románticos ingleses, en la poesía de Ángel Rupérez (Burgos, 1953) siempre tiembla el hombre. Lo hace en Sorprendido por la alegría, séptimo poemario del autor, una obra realizada con los mimbres de la sencillez y la hondura en la que destacan la impronta del tiempo en el devenir humano y el desafío que para el hombre supone la finitud. «Mi poesía intenta resolver estas cuestiones apelando a la perdurabilidad de lo que existe desde la emoción que desencadena la realidad, cualquiera que sea su representante», explica el poeta.

 Sorprendido por la alegría (Bartleby Editores) insiste en el fundamento de la emoción como impulso generador  inicial de la poesía de Rupérez. «Cualquier desencadenante, con tal de que acarree una fuerte impresión sensorial, o una fuerte intriga en su significado, o una extraña apelación al conocimiento, se convierte en un motivo para el descubrimiento del significado de ese acontecimiento, muchas veces simple en su aparición fenoménica». Un ejemplo puede ser un atardecer invernal, sorprendido en circunstancias poco propicias o no aptas para la contemplación desinteresada. «Entonces se produce como una invasión de la luz fabulosa, hecha de estrías ensangrentadas, y se altera el ecosistema anímico. ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué es eso? Es una llamada de atención y no se sabe bien por qué ha ocurrido y, sobre todo, no se sabe bien qué contiene, más allá de lo que es en sí (puro atardecer). Lo que contiene es lo que genera en el espíritu, por decirlo a la manera romántica, a la que suelo ser fiel. Entonces la memoria recoge ese dato, lo almacena, y un buen día  se presta a resucitar el acontecimiento, la visión, la percepción. Asombrosamente, de ahí salen palabras que pretenden esclarecer el significado de la emoción, todavía más reforzada, si cabe, por la memoria. Ese es el origen de uno de los poemas de este libro, por no decir de todos ellos», subraya el también crítico literario.

Temáticamente,  en la obra aparece el pasado, lleno de escenarios de infancia cargados de emociones, como duraderas eternidades. También fulguraciones instantáneas, capturadas al vuelo, donde se concentra la alegría del existir, como un paseo en barca con los hijos, o la aventura de volar en una noria... «El anhelo de perduración insiste una y otra vez, así como el desafío de la muerte, siempre combatida desde una callada esperanza, uno de cuyos símbolos es el ciclo vida-muerte en la naturaleza, o los vuelos de los pájaros en la primavera, emisarios de buenas noticias, puesto que son capaces de volver siempre, pase lo que pase.  Es lo que en este libro se llama alegría, y en otros míos eternidad. En definitiva, sensación de duración y perduración, un viejo anhelo en mis libros.

El libro se divide en cuatro secciones, trazando un itinerario que evoluciona desde los fantasmas del pasado como espacios de la evocación (‘Cimientos’) a la más intensa alegría ante la vida y ante las ventanas a la felicidad que ésta nos ofrece (‘Celebraciones’), pasando por la capacidad de revelación de la mirada hacia el mundo circundante (‘Destellos’) o por el trasfondo emocional y misterioso que habita detrás de cada viaje, incluso en los aledaños del abismo que la muerte, como amenaza o rescoldo, deja en la conciencia.