Un manto de hojas marrones cubre el suelo mientras Llorenç Picornell sierra una rama de un buen ejemplar de roble. Debajo, otras dos estudiantes del equipo de este arqueólogo de la Universidad de las Islas Baleares (una de Bélgica y otra de Sri Lanka) extraen con una barrena hueca y con cuchilla una muestra de los anillos de crecimiento del árbol. Unos metros más arriba, entre la neblina de la mañana, Aitor Burguet-Coca, de la Universidad de Leiden (Holanda) y del Iphes-Cerca de Tarragona; y Andrés Robledo, del Iphes-Cerca y del Instituto de Antropología de Córdoba (Argentina), no quitan la vista de un fuego prendido en el suelo y que han monitorizado.
Los tres, acompañados de otros investigadores, han convertido esta semana Paleolítico Vivo, en Salgüero de Juarros, en un laboratorio al aire libre para seguir avanzando en sus proyectos y responder a algunas preguntas relacionadas con el sistema de Atapuerca. ¿De qué forma se relacionaban los habitantes de El Mirador con los bosques de su entorno? ¿Hubo fuego en la Sima del Elefante? ¿De qué manera interactuaban con el fuego en El Mirador? ¿Afectaba a la salud de sus pobladores?
Desde el punto de vista paleoambiental ya se conoce la estabilidad de ese robledal que rodea El Mirador. «No ha sido sustituido por otras especies, lo que nos lleva a pensar que lo gestionaban de forma sostenible mientras aprovechaban sus recursos durante siglos», explica Picornell, que busca respuestas concretas a esa forma de gestión. «Si solo usaban ramas, si cortaban los árboles más jóvenes o viejos, o si las podas eran cíclicas. También nos preguntamos si gestionaban los bosques para proporcionarse combustible y si sus hojas servían como forraje para los animales estabulados en el yacimiento, lo que a su vez generaba residuos que podrían utilizarse para uso doméstico».
Picornell extrae una muestra para estudiar los anillos de crecimiento de un ejemplar de roble. - Foto: Alberto RodrigoPara tratar de desvelar estas dudas y otras como si esa gestión fue siempre igual o sufrió cambios, Picornell y su equipo están muestreando diferentes ejemplares, de los que estudian el crecimiento de su tronco y ramas para caracterizarlos y después compararlos con la información que se ha obtenido en el yacimiento. «Sabemos que quemaban madera de roble y que también lo usaban como forraje, pero no si solo se servían de ramas o si tumbaban los árboles», explica el mallorquín en relación con su investigación, que abarca un amplio periodo de tiempo, entre hace 13.500 y 3.000 años.
Repetir. Aitor Burguet-Coca, discípulo de Ethel Allué e investigador en Atapuerca, ha vuelto a prender diferentes hogares en Salgüero tras haberlo hecho el año pasado en abril. Prácticamente está repitiendo aquel proceso experimental. «Teníamos que haber vuelto 3, 6 y 12 meses después para recoger restos de la combustión y comprobar cómo se degradan o preservan, pero los caballos que viven aquí se habían restregado en ellos para sacarse los parásitos», explica. Lo que en un principio supuso un inconveniente al echar para atrás gran parte del trabajo puede que abra una nueva línea de investigación. «Nos habíamos preguntado por qué no hay evidencias de fuego fuera, y quizá el hecho de que los animales las usaran para ese fin puede ser una respuesta».
Durante estos días ha continuado con un registro exhaustivo de cada fuego, fotografiándolo y anotando cada variable como temperatura, viento, calor que genera o su coloración y recogiendo los sedimentos que se van depositando o no a diferentes distancias de la fogata. Todo ello para poder reafirmar esas primeras evidencias de fuego hace 400.000 años, «pero que aún no son claras».
De cada fuego que prenden se registran multitud de variables que posteriormente se analizarán. - Foto: Alberto RodrigoPara hacerlo tendrá que someter esos restos a un estudio de química analítica y compararlos con los que arrojen con la misma técnica los sedimentos arqueológicos del interior del yacimiento. «Si son coincidentes se puede confirmar la existencia de esos primeros fuegos». En el control de esos hogares no está solo, le acompaña Andrés Robledo, que ya ha investigado sobre el fuego en Atapuerca en otras ocasiones. El científico argentino centra su proyecto en conocer cómo era la interacción de los habitantes de El Mirador con él, por eso también ha prendido dentro de cuevas o de cabañas de madera. «Una de las líneas se centra en tratar de entender cómo afectan esos hogares a la salud de las personas y qué cosas hacían estas en el pasado, si de alguna forma evitaban esos humos», relata entusiasmado Robledo. También estudia cómo se calentaban (en qué lado de la fogata), la forma en la que lo usaban para cocinar, la leña que utilizaban o su capacidad lumínica en el interior de las cuevas.
El investigador Aitor Burguet-Coca regresa a Atapuerca estos días para completar su estudio tras su visita en abril del año pasado. - Foto: Alberto RodrigoLos investigadores, que han llegado a formar un grupo de 10 personas desde el pasado lunes en pleno monte, seguirán experimentando en Salgüero hasta mañana sábado, poniendo de manifiesto el trabajo conjunto de distintos científicos con hipótesis diferentes sobre yacimientos distintos. «Poder comentarlo entre nosotros nos ayuda a veces a ampliar perspectivas o llegar a cuestiones que no nos habíamos planteado», sentencia Picornell.