La Asociación de Alcohólicos Rehabilitados de Burgos (Arbu), que desde hace más de dos décadas está acreditada por la Junta como centro de día de asistencia ambulatoria para personas adictas, ha vuelto a dar la voz de alarma sobre el riesgo del consumo de alcohol en personas jóvenes que, según el último estudio nacional, se inicia a los 14 años. Sus propios datos son significativos: según la memoria de 2023, el 9% de sus usuarios son personas de menos de 30 años y este ha sido el primer año en el que se ha creado un grupo de terapia específica para jóvenes. Arbu recibe a pacientes gravemente afectados por el consumo de esta sustancia que le son derivados desde diversos ámbitos pero, especialmente, desde Atención Primaria, los servicios sociales de base y Salud Mental. Por eso, el psicólogo Julián Mateos, coordinador de la entidad, ha recibido con esperanza el anuncio del Ministerio de Sanidad de reactivar la ley específica sobre el consumo de los menores que llevaba en un cajón desde hace varios años.
«Esta es la tercera vez que se anuncia una ley de este tipo, que puede ayudar mucho y nos parece una buena medida porque cuanta más inversión en prevención se haga más posibilidad habrá para muchos jóvenes de no caer en el problema del alcoholismo. De lo poco que se sabe aún de la norma es que parece que lo que quiere hacer es armonizar las que ya existen en las comunidades autónomas y en los ayuntamientos. Su objetivo es garantizar la salud de los jóvenes frente al daño del consumo, tomar medidas contra la publicidad masiva de este producto y controlar los espacios donde se bebe», afirma Mateos, que sabe bien que a pesar de las prohibiciones, los adolescentes compran alcohol con total impunidad: «Normativa hay, otra cosa es que se cumpla». De hecho, su asociación se encarga de dar los cursos de formación a los menores multados por beber en la calle, una alternativa al pago de la sanción.
Porque aunque es cierto que la mayoría de las medianas y grandes superficies y tiendas pequeñas de la ciudad suelen pedir el documento nacional de identidad para comprobar que quien compra alcohol es mayor de edad, también existen aquellas que lo pasan por alto y estrategias de los jóvenes, que pueden pedirle a alguno de más edad (e incluso a sus padres y madres) que les compren las botellas.
«La bajísima percepción del riesgo que tienen los jóvenes está vinculado con esto, con la normalización de la bebida en la sociedad y la alta permisividad. Otro ejemplo de la naturalidad con la que se ve es la existencia de bebidas para niños pequeños con forma y nombre parecidos a los de botellas de alcohol para adultos, lo que significa exactamente un entrenamiento para empezar a beber».
El alcohol es una droga que va deteriorando de forma progresiva, razón por la que la media de edad de los pacientes cuando llegan a Arbu es de 48 años, pero ya llevan a sus espaldas más de 20 de consumo, aunque es probable que haya organismos en los que este proceso sea más rápido porque también atienden a gente joven -ese 9% de menores de 30 años- con problemas no solo físicos sino mentales como depresión, ansiedad o trastorno límite de la personalidad: «Depende de sus características físicas y del tipo de consumo que hayan llevado las consecuencias son distinta pero, desde luego, cuanto más jóvenes empiezan, más grave es el deterioro y la recuperación, más complicada», indica Mateos, que insiste en que el problema es que la percepción del riesgo que tienen los adolescentes es muy baja, es decir, que no se ven reflejados en las personas que necesitan ayuda especializada para dejar de beber ni sienten que a ellos les puede pasar algo así.
Los datos de la última Encuesta sobre uso de drogas en Enseñanzas Secundarias en España (Estudes) que publica el Ministerio de Sanidad, del año 2022, indicaron que el 74% de los chavales de entre 14 y 18 años habían bebido alguna vez y más de la mitad lo había hecho en el último mes, «unos datos muy preocupantes, a los que se suma que hay alrededor de un 8% que consumen todos los fines de semana, que puede llegar a coincidir con el 9% de personas menores de 30 años que han llegado a nuestra entidad con un problema serio y en busca de rehabilitación; de hecho, es una cifra que se repite año a año», añade el experto.
Cuando llegan a Arbu a seguir un tratamiento las personas están gravemente afectadas a nivel físico, psicológico, social, laboral y familiar y sus personas cercanas, en el caso de que las tengan y no hayan perdido la relación con ellas precisamente por la adicción, presentan «una cierta desesperación ante una situación que a todos se les ha ido de las manos». Por eso, ofrece servicios también a las familias y, de una forma más específica, a las mujeres que conviven con un alcohólico que no reconoce su problema y tiene dificultades para iniciar un tratamiento -esposas, madres, hermanas, hijas- que presentan un malestar muy específico. Un total de 73 fueron atendidas el año pasado en el grupo de psicoterapia.
Esta entidad ofrece, además, formación preventiva en colegios e institutos, otra específica para hijos de alcohólicos en tratamiento, en autoescuelas para personas a las que se les ha retirado el carnet de conducir y a hosteleros para promover un consumo responsable. A lo largo de todo el año pasado atendió a 461 usuarios, una cifra que no ha parado de crecer desde 2018, según la memoria de la asociación. El perfil del paciente es un varón burgalés (70% frente al 30% de mujeres) de una media de 48 años. Son más los solteros que los casados y los divorciados y separados lo son por causa del alcohol. La mayoría tiene un perfil de estudios y formativo significativamente medio-bajo y casi la mitad está en el paro. Todos tienen, al menos, un historial de diez años de consumo de alcohol problemático y el 98% bebía a diario. Aunque lo habitual en todos los casos es mezclar, el 53% tiene como bebida preferente el vino.