«Una ojeada, por ligera que sea, dedicada al estudio del sexo femenino, nos demuestra que la subordinación de la mujer no es obra de la naturaleza. Por eso el triunfo del feminismo puede considerarse como el restablecimiento de la justicia y de los fueros de la ley natural, largo tiempo violada con la desigualdad». Aunque parezca que se trata de una reflexión hecha antes de ayer en el contexto de una jornada como la del 25-N, dedicada a fomentar la erradicación de la violencia machista, estas palabras fueron escritas en los años 20 del siglo pasado y su autora es una de las 'madres' del feminismo español. Carmen de Burgos, Colombine, una periodista, intelectual y activista política de primera línea, no solo luchó desde el papel por la igualdad y por el acceso de las mujeres al derecho al voto y al divorcio, entre otras causas, sino que su vida fue un ejemplo de todo ello: en 1901 se separó de su marido, alcohólico y maltratador, hizo unas oposiciones y se marchó con su hija de Almería, su tierra natal, para salir adelante con su pluma y sus reflexiones. Y lo consiguió.
Fue una de las primeras mujeres españolas en ganarse la vida en un periódico, viajó a decenas de países, escribió novela, ensayo y hasta libros de cocina y siempre estuvo junto a las de su sexo, reivindicando para ellas lo mismo que tenían los varones. Su obra La mujer moderna y sus derechos, publicada en 1927 y que se considera la biblia del feminismo español del primer tercio del siglo XX, vuelve a estar de actualidad con la cuidada reedición que ha hecho de ella Renacimiento, y su vida también, ya que la Biblioteca Nacional le dedica una exposición, que puede visitarse hasta el 5 de enero.
Su protagonismo social en los años 20 y 30 fue abrumador: promovió la Cruzada de Mujeres Españolas, hizo una famosísima encuesta sobre el divorcio a los grandes nombres de la cultura del momento y llegó a presidir la Liga Internacional de Mujeres Iberoamericanas e Hispanoamericanas. Con esos mimbres, Diario de Burgos no podía pasar la oportunidad de entrevistarla, pues en esos mismo años se esmeró el periódico en ofrecer testimonios de cómo iba cambiando la consideración social de las mujeres y no dudó en contar con dos de ellas, María Cruz Ebro y María Teresa León, para analizar las novedades que la España de aquel momento iba encajando, entre el entusiasmo de unas y el apoyo, el estupor y el enfado de otros.
Así, es posible leer en los ejemplares de aquellos tiempos noticias que cuentan iniciativas sobre la emancipación de las mujeres en otros países y en España -destacó con amplitud y de forma positiva la puesta en marcha del Lyceum Club, la primera organización de mujeres laica que luchó por la igualdad, y la de la Residencia de Señoritas, que impulsó la educación superior de las españolas- o grandes coberturas sobre la presencia de ilustres señoras en la ciudad como fue el caso de María de Maeztu, directora de la Residencia, o de la periodista, traductora y primera diplomática española, Isabel de Oyarzábal, conocida también por su seudónimo Beatriz de Galindo, cuya intervención en el Ateneo de Burgos fue portada de este periódico en 1927.
Tres años después, el 28 de marzo de 1930, ese mismo e importante lugar lo ocupó una entrevista a Carmen de Burgos con un titular inequívoco, «El feminismo en España», y un subtítulo también atrayente, «Interesantes manifestaciones de doña Carmen de Burgos 'Colombine', presidenta de la Gran Federación Internacional de Mujeres». El texto arrancaba muy a favor: «Las mujeres españolas se aprestan a organizarse para reclamar de un modo urgente la igualdad de derechos» y en él la escritora anunciaba una gran asamblea «en donde hemos de proclamar la igualdad de derechos y vindicaciones femeninas por entender que el feminismo consiste solo en restablecer un estado legal, sin privilegios para ningún sexo».
En la conversación -sobre la que DB advertía que estaba prohibida su reproducción- la periodista ponía sobre la mesa también otro de sus caballos de batalla, el derecho al voto: «No cejaremos en pedirlo (...), ya que la Constitución no nos relega del sufragio por cuanto dice que tendrán derecho al voto los ciudadanos. Y en esto entramos hombres y mujeres». Ofrecía, además, argumentos con respecto a la igualdad, en aquellos momentos era inexistente y así dio a los lectores burgaleses de 1930 una ocasión magnífica para reflexionar y debatir en los cafés: «Los enemigos del feminismo, dicen que la naturaleza nos enseña que a pesar de la igualdad esencial de los sexos y por tanto, de los derechos a ellos inherentes, hay que reconocer al hombre preeminencias en el orden jurídico y moral. ¿Por qué esta preeminencia? Las mujeres y particularmente las madres, informan las costumbres, que tienen más influencia que las leyes en los destinos humanos».