Pedro Sánchez le ha dado definitivamente la vuelta al PSOE. El centenario partido de los socialistas -virado durante el liderazgo de Felipe González en los primeros años de la Transición hacia la socialdemocracia- ha pasado a ser el partido de Sánchez. Un partido de poder en el que el culto descarnado a la personalidad del líder ni se oculta ni causa rubor.
Ante la convención de convencidos reunida durante el fin de semana en Galicia, María Jesús Montero, vicepresidenta del Gobierno, ministra de Hacienda y "número dos" del partido proclamó que era un orgullo ser "sanchista". Lo que antes les molestaba ahora lo pregonan en voz alta. El PSOE nunca fue un partido asambleario pero era una organización con tendencias y corrientes de opinión que conducían a debates internos muy intensos y en la que las agrupaciones locales y territoriales tenían vara alta para designar los candidatos que iban en las listas electorales. Nada de eso sucede en la actualidad.
Quién va o quién no repite se decide en Madrid (sede de Ferraz) por indicación de Sánchez. No hay debates en el Comité Federal ni se recuerda el menor episodio de autocrítica. En idéntico registro ha transcurrido la mencionada Convención Política. Sánchez ha domado al partido. Hacia dentro lo ha convertido en un instrumento acrítico ante sus constantes cambios de opinión y hacia fuera -con el control que ejerce desde La Moncloa- en una empresa de colocación. Sánchez es agradecido y recompensa a quienes le son fieles. Tiene para ello la oceánica nómina de cargos y prebendas de libre designación que atesora el Estado y administra el Gobierno.
Quizá sea éste uno de los factores que podrían explicar el éxito de alguien que hace solo ocho años fue defenestrado por la dirección del partido ante la fundada sospecha de que, pese a haber perdido las elecciones, se aprestaba formar gobierno a cualquier precio. Como lo viene haciendo desde que se rehízo y volvió a controlar el partido. Una organización en la que ahora, salvo algún que otro pellizco de monja de Emiliano García-Page, el presidente castellano-manchego, nadie se atreve a cuestionar sus constantes volantazos políticos. El último, la Ley de Amnistía, concesión arrancada por los condenados por el "procés" a cambio de que apoyaran su investidura y de la que antes del 23 J decía que no tenía cabida en la Constitución y de la que ahora, tras cambiar Sánchez de opinión, los asistentes a la Convención han descubierto que ya era plenamente constitucional. Y así todo.