La mirada enigmática; los labios entreabiertos, sensuales; el pelo cayendo en cascada sobre el cuerpo desnudo entre el que se insinúa un seno blanco, turgente; el fondo difuminado, apenas perceptible, oscuro. Una belleza, puro magnetismo que recuerda a otros retratos rodeados de un halo de misterio, de tanta leyenda que todavía hoy constituyen un arcano absoluto. Ocupa un lugar más bien discreto en la capilla de los Condestables, pero irradia tanta luz que las miradas acaban recalando en ella inevitablemente. María Magdalena se abraza elevando los ojos y ejerciendo un influjo poderoso en quien observa uno de los cuadros más valiosos del primer templo metropolitano. Y el más misterioso: aún no existe unanimidad sobre su autoría. No en vano, durante siglos se atribuyó a uno de los genios del Renacimiento, Leonardo da Vinci; tesis más recientes adjudican su factura a uno de los discípulos más aventajados del artista florentino, Giovanni Pietro Rizzoli, conocido como Giampietrino.
Sea como fuere, es un cuadro especial. Aparece inventariado en el año 1542; en el propio marco aparece escrita la leyenda de que fue donado a la capilla por Pedro Fernández de Velasco, cuarto Condestable de Castilla, si bien lo más probable es que fuera adquirido por su antecesor, Íñigo Fernández de Velasco, quien realizó diversos viajes a Italia, más concretamente a Roma, en la época en la que Leonardo vivía en la Ciudad Eterna trabajando para el papa León X.
Agustín Lázaro, durante años canónigo fabriquero, hombre sabio y profundo conocedor de todas las joyas que atesora la Catedral, siempre ha sostenido una tesis que no hace sino arrojar más misterio sobre la pintura de marras: en su opinión, parte del cuadro es obra de Leonardo; el resto, de otro artista, posiblemente Giampietrino.
El enigma de la Magdalena - Foto: Alberto RodrigoPara Lázaro, el gesto melancólico y espiritual que proyecta la mirada de la Magdalena, así como los labios entreabiertos, no son sino la expresión exacta de la delicadeza expresada en la transparencia del sfumatto leonardesco; asegura que se trata de una pintura como en neblina pero con un fondo perfecto. Sin embargo, si el rostro o el fondo presentan una técnica perfecta, atribuible a Da Vinci, no sucede así otras partes del cuadro. Para Agustín Lázaro las manos no poseen la misma depuración; no son tan brillantes, apreciándose incorrecciones en la mano derecha.
Giampietrino tuvo una especial fijación con la figura de María Magdalena; no en vano, algunas de las pinacotecas más importantes del mundo, como el Museo del Hermitage o el Museo de Arte de Portland exhiben retratos de la santa pintados por el artista milanés. Sin embargo, muchos de los cuadros de este arrojan dudas. Al ser uno de los artistas que más y mejor interiorizaron las técnicas leonardescas, en numerosas ocasiones se ha puesto en solfa la autoría de algunas obras. Recientemente, el prestigioso historiador del arte italiano Carlo Pedretti atribuyó a Leonardo da Vinci una Magdalena de Giampietrino.Esto no hace sino alimentar aún más las tesis que consideran que el cuadro que se halla en la capilla de los Condestables pudo haber sido realizado por el genio florentino.
Una obra muy codiciada. Para añadir más morbo al misterio, la historia de este cuadro tiene capítulos de lo más sugerentes.Y que demuestra el interés que siempre despertó. Una suerte de hipnotismo subyugante. Así, según consta en el Archivo de la Capilla de los Condestables, en 1809 el gobernado de Castilla la Vieja, el general francés Darmagnac, saqueador sin tasa, solicitó al Cabildo que le fuera entregado el cuadro como pago por haber protegido la Catedral de expolios; amparándose en que la obra era propiedad de la familia patrona de la capilla, se pudo evitar su pérdida.
A mediados del siglo XIX, la obra de Leonardo/Giampietrino fue copiada por otros artistas en numerosas ocasiones, teniendo que llegar a poner coto en la avalancha de copistas Ana Jaspe y Macías, duquesa de Frías, quien terminó por dar órdenes al Cabildo de que toda petición de copia debía ser aprobada por ella. A comienzos del siglo XX se difundió el rumor de que el cuadro de la Magdalena había sido vendido y sustituido por una copia de una calidad infame, hecho que fue rápidamente desmentido por los rectores de la Catedral. Hoy la obra sigue colgada en la capilla de los Condestables protegida por un cristal antibalas de varios centímetros de grosor que no podría perforar ni el mejor invento de Leonardo da Vinci.