Todo estaba preparado para el Badajoz. Eso decían. El campo, la hora, el día. Pero se equivocaban. En realidad todo estaba preparado para Elvira. El campo, la hora, el día.
El Burgos no fue a Extremadura. En realidad, Extremadura vino a él. Bajó la temperatura hasta que hizo falta chaquetilla y se sintió cómodo el equipo y la afición en un campo urbanita y cascado ya por mil batallas, similar a lo que queda sin envolver de El Plantío. Y eso que no lo puso fácil la organización. Pegas a los hinchas para acceder al estadio, a la prensa para trabajar, al alcalde De la Rosa para entrar a saludar a un palco del que se salió para ver el partido con dos colegas…
En él sí estaba la familia Caselli. De riguroso negro. Aunque el jefe, Antonio, ha vuelto a demostrar que se le da mejor bajarse al barro, con el baño de masas que se dio en Mérida el sábado, las entradas que les cambió a Ramiro y a su hijo para que no tuvieran que sentarse con la hinchada vasca o los paraguas blanquinegros que regaló a una niña al final del partido, para cabreo de la seguridad del estadio. No hubo más morbo en el palco. Solo Jesús Martínez, y como aficionado. Vista al campo, pues, de nuevo.
Y allí estaba un equipazo, bien plantado, sin miedo a los leones. Hete aquí que los nervios, que en Don Benito atenazaron al Burgos CF de inicio, solo aparecieron al final, durante el festejo. Juanma se puso del revés la camiseta de la celebración y rodeado por sus compañeros, hincó rodilla en tierra y le preguntó a la futura madre de su hijo: Elvira, ¿quieres casarte conmigo? Y Elvira, temblando, dijo sí. Y los hinchas del Arlanzón volvieron a cantar ‘Juanma, quédate’.
Este amor de temporada merecía acabar en matrimonio.