¿Qué lleva a una persona a acumular un arsenal durante años en su casa? ¿Qué intenciones tenía? Esos son algunos de los interrogantes que desde hace días se plantean los mirandeses, aún asombrados porque uno de sus vecinos acumulara uno de los mayores cargamentos incautados en el país a alguien que no pertenece a un grupo terrorista.
R.L.R. era un tipo solitario. El seguimiento que se le hizo durante los meses previos a su detención revela su nula vida social, una versión que corroboran quienes le conocen. Iba de casa al trabajo. «Como mucho te le cruzabas alguna vez en el portal con la bici, pero poco más», aseguran sus vecinos. Tampoco tenía contacto con ninguna organización, por lo que las fuerzas de seguridad consideran que era un lobo solitario sin una causa concreta, a pesar de que un simple vistazo a sus redes sociales evidencian su marcada ideología de extrema derecha.
En su adolescencia, tocó en algunos grupos de música de la ciudad. Sus compañeros de aquella época aseguran que por entonces era «un chaval tímido, un poco raro pero buena gente y bastante manitas con todo lo que hacía». Ninguno se explica en que momento cambió tanto su forma de pensar. Sufre ataques epilépticos y un accidente de moto que estuvo a punto de costarle la vida también agudizó su carácter introvertido. «Estuvo unos meses que casi no recordaba ni como se llamaba por el golpe que se dio», recuerdan.
Poco a poco todos le fueron perdiendo la pista. Era difícil cruzarse con él por la calle ya que apenas salía de casa más que para ir a trabajar en una metalúrgica ubicada en las afueras de la ciudad, la misma empresa a la que los agentes fueron a buscarle el día de su detención ante el asombro de sus compañeros de trabajo, que nunca hubieran imaginado que junto a ellos llevaba años compartiendo puesto un lobo solitario capaz de fabricar explosivos. No eran ajenos a una inestabilidad emocional que le llevaba a alterarse con facilidad «por cualquier cosa», pero nada que hiciera sospechar de su peligrosa afición.
Recluido en su casa durante horas, el escaso contacto con la sociedad de R.L.R., al margen de su trabajo, era a través de internet. Así se fue radicalizando en sus ideas y a través de internet también pudo dar rienda suelta a su afición por las armas. En su Facebook son constantes las referencias a falangistas y los comentarios favorables a Vox. Tampoco faltan alegatos contra formaciones de izquierda, minorías sexuales, inmigrantes...
«No lo entiendo porque nunca había pensado así, más bien al contrario», asegura un viejo conocido que días antes de su detención se le encontró en la calle y que en alguna ocasión le había reprochado a través de las redes su giro ultraderechista. «Hace tiempo que no estaba muy bien de la cabeza pero algún día la podía preparar», matiza.
En la ventana del piso que a sus 43 años comparte con sus padres en el que reside cuelga desde hace tiempo una bandera española con el águila franquista. «Piensas que es un trastornado, porque ya ves que muy normal no es, pero ni por lo más remoto podíamos imaginar lo que tenía en casa porque le conocemos de siempre», explica un vecino.
En la bici eléctrica, en la que también tiene una bandera preconstitucional. Esto y un pin de Vox son las únicas pruebas externas de su militancia ultraderechista halladas en su casa. No hay documentación, ni panfletos... La Guardia Civil ha comprobado y descartado que estableciera vínculos o contactos personales o en redes sociales -más allá de los comentarios a sus publicaciones- con ese u otros partidos u colectivos extremistas.Tampoco se ha detectado, durante los muchos meses que el Servicio de Información de la Benemérita le ha seguido la pista, que acudiera a ninguna manifestación.
SÍNDROME DE DIÓGENES Y PATINETES
Cuando los agentes de la Guardia Civil acudieron a registrar la casa de R.L.R., en el número 39 de la calle Condado de Treviño, tuvieron que retirar la cama para poder entrar en su habitación. En ella había acumulado montañas de cosas, como bolsones con ropa de trabajo de hace años, y basura, que tuvieron que apartar para llegar al armero, en lo que parece un caso claro de síndrome de Diógenes. La terraza de la casa familiar, que estaba cubierta, la había convertido en un taller, con tornos y equipos de soldadura profesionales. En el garaje comunitario del edificio de otra calle, no lejana, tenía una cochera cerrada en la que almacenaba los explosivos.Cuando llegó, el perro de la Benemérita casi se vuelve loco. Además, guardaba varias bicis y patinetes eléctricos y un ciclomotor, posiblemente el mismo con el que se accidentó.