Cada cierto tiempo nos arrolla la actualidad con alguna noticia brutal que nos zarandea, disipando de un soplo cualquier atisbo de acomodo en el que nos hayamos podido instalar para dulcificar una realidad que intuimos desagradable.
Hace un par de semanas asistimos incrédulos a la agresión mortal de los narcos a los guardias civiles de Barbate y ahora el drama está mucho más cerca, con la espeluznante agresión de la Flora. Se trata de un episodio de violencia con resultado de muerte de un joven cuya única culpa era la de encontrarse festejando una despedida de soltero y ser de Valladolid.
La cuestión nos interpela y exige que hagamos una reflexión sobre la permisividad que hemos desarrollado con determinados comportamientos antisociales que por repetidos ya no consideramos. Según la prensa, el agresor está vinculado o es cercano a grupos extremos que se expresan de forma radical en eventos deportivos con unos mensajes violentos y agresivos sobre todo contra otras aficiones de la misma naturaleza de equipos rivales y vecinos.
Quiero pensar que el agresor no calculó que su acción fuera a ocasionar casi instantáneamente la muerte, aunque es seguro que sí quería causarle un daño cuando descargó el puñetazo que resultó letal. Pero lo cierto es que el caldo de cultivo en el que al parecer se desarrollaron los acontecimientos era lo suficientemente propicio como para que los hechos pudieran ocurrir.
A lo largo de la historia ha habido muchos episodios violentos relacionados con los grupos de aficionados radicales, algunos de los cuales han llegado a desgracias tan masivas como aquella del estadio Heysel, que costó la vida a treinta y nueve espectadores de aquel infausto partido, quedando más de seiscientos heridos.
La fascinación que en algunos jóvenes produce el comportamiento violento que pusieron de moda los hooligans británicos es muy preocupante y hay que combatirla con todo el rigor. Es inaceptable que un chico vallisoletano no pueda divertirse con sus amigos en una zona de ocio nocturno de Burgos sin temor a resultar agredido y al contrario.