La aparición de una estructura agraria asimilable con una plantación de viñedo romano en el municipio de Estépar es una rareza tan afortunada como desgraciada en su inmediato destino. Como tantas veces ocurre con el patrimonio que permanece oculto, el hallazgo surge de la casualidad, en este caso, durante las obras preparatorias de instalación de un aerogenerador en una parcela cualquiera frente al pueblo de Medinilla de la Dehesa. Sin ambages, cabe calificar el hallazgo de importante. Lo es por excepcional en su género, por la extensión que ocupa (cerca de media hectárea), por la continuidad modélica de los elementos rectángulos que lo conforman en cobertura regular, por su significado histórico y potencial didáctico en este tipo de técnica de cultivo y por su estado de conservación, pues es una estructura sólida y permanente, esculpida en el estrato delgado de una margocaliza cimera.
Si uno lee a Columela en su obra De re rustica (Tomo III, capítulo XIII y ss.), en el paisaje fósil de Medinilla, ahora destapado, uno está viendo, recreada en piedra como una magnífica escultura, su descripción de “cómo se agosta la tierra”, esto es, de la misma técnica preparatoria del suelo para plantar viña que aquí encontramos: una sucesión de rectángulos en hilera, de determinado tamaño e intervalo entre uno y otro. Con la excepcional originalidad de que, aquí, se excava la piedra caliza hasta alcanzar el suelo fértil, situado aproximadamente a medio metro.
Hasta el momento, el equipo de excavación ha determinado que el hallazgo no es de época romana, por la ausencia de restos que así lo acrediten. La datación de los indicios hallados les lleva a situarlo en época medieval o moderna. Pero, tal cosa, resulta aquí irrelevante, pues la traza de la parcela, en su método agrario y disposición de elementos es claramente de diseño romano para el cultivo de la vid. Expertos habrá que puedan estudiarlo, pero incluso si fuese posterior y tal espacio agrícola hubiese sido dispuesto siguiendo esos mismos preceptos de cultivo que Columela y otros describen, su valor sería el mismo, y aún mayor, si confirmándose romana la obra de acondicionamiento del terreno para su cultivo, hubiera llegado en uso hasta la época medieval o moderna.
Para quienes trabajamos sobre el Patrimonio, resulta incomprensible la ignorancia demostrada con este hallazgo. Los estudios sobre el Patrimonio han avanzado hasta alcanzar una gran complejidad e interdisciplinariedad, no así, según se ve, la gestión administrativa de los restos, anclada en criterios y modos de proceder totalmente anticuados. No podemos descansar la valoración e interpretación de restos del pasado en las solas manos de quienes hacen un preceptivo informe arqueológico, cuyo saber es, sobre todo, metodológico. Siendo especialistas en su técnica, su conocimiento no es panorámico de todas las épocas ni de todos los elementos patrimoniales que les toca encontrarse en su trabajo. Casi con total garantía se puede afirmar que se habría consultado a un paleontólogo si, en lugar de estas estructuras agrarias, el yacimiento se hubiera puesto a vomitar huesos fosilizados de animales. Parece un principio de precaución básico. Lo inexplicable es que no se haya hecho lo mismo para unos restos tan singulares, siendo tanta la ordenación y homogeneidad estructural del conjunto. Máxime cuando en la Universidad de Burgos se imparten estudios de Grado y Máster en Patrimonio, por lo que se cuenta con un equipo interdisciplinar de investigadores especialistas en la materia.
Es este un caso flagrante de superioridad mal entendida por pura atribución de competencia, pues tanto el informe realizado por los arqueólogos de la excavación como el dictamen último de los gestores públicos, también arqueólogos, no encontraron valor en ese yacimiento que les llevase a fallar en beneficio de su respeto y conservación. El resultado ha sido la destrucción. De poco sirve la reserva arqueológica que de él se deja en un sector intocado de la parcela. Lo valioso era el conjunto, esto es, la excepcional conservación de la parcela completa para su coherente lectura. Un patrimonio perdido.
Cuando uno busca ejemplos de lo mismo en el mundo, el desconcierto y la pena crecen. No hay apenas referencias de yacimientos que conserven estructuras claras de cultivo romano de viñas. Encontramos algunos casos excavados en Borgoña, Provenza, Languedoc y el Rosellón, así como algunas evidencias, en estudio, de viticultura romana al sur de Inglaterra, idénticos a este en formato, pero, ni de lejos, de la misma entidad superficial y continuidad canónica en la cobertura de rectángulos excavados. En España, los trabajos en este sentido son anecdóticos, pudiéndose citar la excavación del yacimiento vitivinícola romano de Veral de Vallmora (Teiá, Maresme, Barcelona) y su puesta en valor en el proyecto Cella Vinaria, y algunos trabajos en el área de Jerez. Estas trazas de viñedo romano siempre son tratados como excepcionales ejemplos. Es seguro el entusiasmo en Borgoña al encontrar estas estructuras de plantación que vienen a avalar con honores su larga tradición vitivinícola, allí donde el paisaje cultural del viñedo ha alcanzado la categoría de Patrimonio Mundial por la Unesco. Pero, en verdad, la mayoría de los trabajos encontrados son recreaciones de paleopaisajes agrarios, más o menos intuitivas y apoyadas en indicios en relación a lo descrito en las fuentes escritas o a lo interpretado y proyectado sobre el territorio actual a partir de lo recreado en mosaicos, cerámicas, zócalos, etc.
Se me dirá que no es seguro que estas fueran viñas romanas, aunque sí lo es, en todo caso, la plantación a la manera romana. Si la cuestión es que aún no hay certezas, que impere la cautela hasta que se pueda decidir verazmente una vez sopesados todos los datos y consultados los especialistas requeridos. No había, en este caso, nada que intuir. Ahí estaba, bien conservado en piedra, el paisaje histórico.
El destrozo irreparable habría sido fácilmente evitable. No hablamos de una obra de autovía o AVE cuya complejidad para el cambio de trazado conocemos. Habría bastado desplazar unos metros más allá el aerogenerador, cosa frecuente cuando obligan otros impedimentos que acontecen a menudo durante el desarrollo de este tipo de proyectos eólicos. Hubiera sido, además, una oportunidad para que la empresa promotora mostrara su sensibilidad por el territorio, sus valores y su patrimonio, como hacen habitualmente en otros municipios. De todas formas, no es aquí la empresa la responsable principal del desgraciado atentado contra el patrimonio, toda vez que obtiene el permiso experto en la Evaluación de Impacto Ambiental y la posterior supervisión arqueológica para seguir operando.
En todo caso, las empresas eólicas, como grandes consumidoras de territorio, y no solo por el que físicamente ocupan con la instalación de un aerogenerador o un parque sino por la dominancia territorial que su intervención genera visualmente en el espacio, tienen una gran responsabilidad con ese territorio que están violentando, especialmente en una región que tiene entre sus grandes valores la riqueza de su abundante y muy variado patrimonio. Lo sucedido en esta ocasión, va más allá de la mera prudencia. Es un desatino en toda regla.
Sin querer cargar las tintas sobre los ayuntamientos, pues de sobra sabemos de su soledad ante la gestión y cortedad de medios, cabe llamar la atención sobre su responsabilidad en el buen gobierno de su territorio en la tarea de procurar su desarrollo y posibilidades en sentido lato, también actuando como guardianes de los valores patrimoniales que contiene.
Finalmente, entristece enormemente constatar que, en el mapa topográfico, el topónimo que nombra este espacio es el de Los Cárcavos, haciendo alusión este término, en su significado del DRAE, a hueco, hoyo, concavidad. El topónimo, surgido como tantos de la precisión descriptiva de aquello que se nombra, fue fiel al territorio durante siglos, por los elementos excepcionales que contenía. De momento, la parcela será ya, para el pueblo, “la del aerogenerador”, su gran protagonista, y ni siquiera para siempre, puede ser. Pero, lo que está claro es que el espacio así nombrado ha sido definitivamente mutilado, perdiendo esa hermosa asociación que lo hacía nominalmente comprensible a lo largo de los siglos o milenios, por mucho que el tesoro de elementos esculpidos que le dieron su nombre permaneciera oculto y a resguardo del suelo que los cubría.
A hechos consumados, solo cabe dolerse activamente haciendo un llamamiento alto y firme a la reflexión y a la responsabilidad de todos los implicados en estos procesos de valoración y preservación del patrimonio, máxime en un momento de euforia en dar la vuelta al terreno y a los paisajes por la expansión de los parques eólicos en nuestra Comunidad Autónoma.
¡Aquí, No! Gritan los potentes movimientos de contestación a la implantación de aerogeneradores en defensa de los espacios naturales. Entonces, ¿Aquí, sí? ¿Sin discusión y a cualquier precio? También el patrimonio cultural necesita defensores y sentido común.