La interpretación de la cantante asturiana Silvia Quesada de Chalaneru fue una de las más ovacionadas, pero no la única; otro tanto sucedió con En el campo nacen flores, Corri corri o con El beso, que en palabras de Alberto Ablanedo, quien hizo las presentaciones de estos temas, «es lo que se merece esta gente por el trabajo que han hecho». El también asturiano y amante de la música tradicional aludía así a la dedicación de los 75 participantes en la edición de Crisol de Cuerda que concluyó ayer en Arlanzón: una semana de aprendizaje sin partituras ni más apoyos que las enseñanzas de los trece docentes, la pasión por el folk y el propio oído. «Es difícil, sí, pero lo hacen. Todos lo consiguen. Y hay gente que viene desde hace años, pero también los hay de iniciación», decía uno de los organizadores, Bernart Durán, justo antes de la última actividad: el concierto final. «Para nosotros esto es una fiesta; es ir al lío y a pasarlo bien». Y, con ellos, todo Arlanzón.
Crisol de Cuerda es un encuentro musical que, desde el verano de 2011, reúne en la Granja Escuela de la localidad a personas de distintas edades y nacionalidades; en esta ocasión, ha congregado a españoles, portugueses, franceses, irlandeses, ingleses o escoceses. A la cabeza de estos últimos ha estado, de nuevo, el considerado alma máter del proyecto, el violinista fiddle -violín popular- Alasdair Fraser. «Somos invitados especiales aquí», dijo, disculpándose de forma reiterada por hablar en inglés -«pero no por hablar en escocés», añadió, riéndose-, y agradeciendo su asistencia a los muchos vecinos sentados en el patio de butacas improvisado en el frontón del pueblo. «Arlanzón es hoy uno de los grandes centros de fiddle del mundo; algo que ocurre por amor a la música, por esfuerzo, dedicación y mucho trabajo, que quiero agradecer a Crisol», continuó, antes de colocarse el violín sobre el hombro y anunciar que «la gran fiesta comienza».
No se equivocaba Fraser. Antes de las 17.00 horas ya estaban ocupadas todas las sillas con espectadores de todas las edades. «Saben que venimos cada año y en que cada concierto el repertorio es diferente», explicaba Durán, mientras los músicos iban tomando posiciones para disfrutar, también ellos, del espectáculo. «Es que es el momento de poner en práctica todo lo aprendido durante la semana y devolverle a Arlanzón la acogida», subrayó.
La esencia de este proyecto musical es la conjunción de creatividad, libertad y tradición. Cada año se pone el foco en una región o país y, en esta ocasión, eligieron a Irlanda y Asturias «porque ya habíamos trabajado casi toda la franja norte de España, pero Asturias no lo habíamos tocado nunca». A juzgar por la alegría de los intérpretes mientras tocaban -muchos también se arrancaron a bailar- y la respuesta del público, la elección fue todo un éxito. En gran medida porque, al sentimiento de las composiciones asturianas se unió la alegría del folk irlandés y, como destacó Fraser, «el talento que tenemos sobre el escenario».
Es habitual que entre los participantes e intérpretes haya niños y también jubilados, pero la organización de Crisol cree que este año han rebasado máximos con un asistente de 83 años. Una particularidad que explica por sí sola que Crisol de Cuerda es una experiencia única, en la que disfrutar sin límites de la música. «Da igual de qué país se sea, lo importante es tocar su música tradicional», concluyó Fraser.