Estaciona el coche a los pies de la iglesia y, como si lo hubieran visto llegar, las campanas comienzan a tañer con alborozo. Carlos Saldaña desciende del vehículo con una impecable camisa clergyman con gemelos. Va pinturero y bien repeinado el páter, que luce una sonrisa ancha y tiene en la mirada esa vastedad de quien siente hacia dentro, ahí donde la espiritualidad encuentra su infinito. Es la mañana de Navidad y luce un cielo azulísimo en La Nuez de Arriba, donde este sacerdote de 45 años va a dar la primera de las tres misas que tiene en su agenda de este día grande del calendario cristiano. Nada excepcional, por otra parte, tratándose de un cura con 66 parroquias, nada menos. Aunque para sí quisiera el don de la ubicuidad -si acaso reservado alAltísimo- lo fundamental para tamaña e inabarcable responsabilidad es la organización. Y páter Saldaña es un tipo ordenado.
Aunque la víspera había celebrado en Sedano, preparó con tranquilidad las misas del día de Navidad, cada una con una homilía diferente, no vayan ustedes a pensar que este cura no trabaja. Lo hace y de lo lindo, amén de meterse una kilometrada de aúpa entre pecho y pecho: hace una media de 1.000 kilómetros a la semana por la comarca de Los Páramos, que es el territorio que tiene asignado este burgalés de Gamonal que descubrió en el Artesano una vocación que le llevó al seminario de San José, de donde salió hace 17 años convertido en sacerdote. Los curas rurales no son como los de antes: ya no hay uno en cada pueblo, como casi llegó a haber en otro tiempo. Ahora uno solo se ocupa de un extenso territorio, como es el caso de Saldaña con la comarca que atraviesa la carretera de Aguilar de Campoo.
La jornada de este páter arranca en la capital -donde reside- en un punto fundamental en su día a día. No se trata de una iglesia ni una ermita, sino de una gasolinera.Aunque no todos los días de la semana tiene tanto trajín al volante (el fin de semana y los festivos son los más intensos), debe tener siempre el depósito con combustible, que hay carreteras que están alejadas de la mano de Dios aunque las transite uno de sus hombres. Son las diez de la mañana y Carlos Saldaña cumple con el ritual de repostar y, en lugar de café, se echa al coche una bebida isotónica de la que irá dando cuenta a sorbitos durante el viaje. Cuando arranca el motor, el navegador se enciende y en la pantalla ya tiene la ruta preparada: le esperan en La Nuez de Arriba, en Pedrosa de Valdelucio y en Montorio. Selecciona destino y se pone en camino.
A páter Saldaña le gusta integrarse entre las gentes de los pueblos para que sientan que su presencia va más allá de lo religioso. - Foto: Miguel Ángel ValdivielsoSe acompaña el páter de una mochila que viene a ser algo así como un kit de supervivencia sacerdotal: en su interior hay un misal, un pequeño cáliz, hostias y vino para la comunión, estola y alba. Amén de los apuntes para cada una de las celebraciones. «Llevamos todo lo necesario para decir misa, aunque casi todos los templos tienen su cáliz y sus libros». La preparación personal, como lo llama él, hace referencia a los sermones. «Cada misa tiene sus propias lecturas, y por tanto también sus homilías diferentes. Ningún pueblo es igual que otro y yo preparo las misas consciente de ello». Hoy, excepcionalmente, va acompañado por quien estas líneas firma, pero lo habitual es que realice los trayectos solo. Carlos Saldaña suele escuchar música en el coche, rock and roll del bueno (es musiquero el páter), y afirma que le ayuda a concentrarse e incluso más: a hablar con Dios. «Así cultivo el espíritu». Alcanzan tal intimidad que, subraya, «las mejores homilías me han salido en el coche cuando voy de pueblo a pueblo. Los viajes de ida suelen ser más intensos; los de vuelta, más reflexivos».
(El reportaje completo y más fotografías, en la edición impresa de este viernes de Diario de Burgos o aquí)