Fermín Melgosa se trasladó desde Cernégula a la capital burgalesa junto a su mujer, Concepción, para labrarse un futuro mejor. Comenzó a trabajar en la Sociedad Española de Seda Artificial (SESA), pero se dio cuenta de que aquella labor no era la suya. Sin embargo, traía del pueblo energía, iniciativa y ganas de emprender, lo que llegó a abrir en 1951 el bar del mismo nombre de su localidad natal, incluyendo también estanco y autoservicio, en el bajo de una entonces alejada vivienda del centro ubicada en la carretera de Arcos.
«Solo estaba la estación de tren y comenzaba construirse la Barriada de los Ferroviarios», recuerda Javier, su hijo, al tiempo que justifica la elección de su padre en el hecho de que conocía la zona y que esta resultaba más económica para montar un negocio, teniendo en cuenta, además, que se trataba de un emplazamiento por el que «pasaba mucha gente de camino a los pueblos». Aquella imagen nada tiene que a la que hoy en día envuelve al establecimiento, rodeado de edificios y en un entorno en plena expansión urbanística de la ciudad.
A partir de aquel momento, el Cernégula se hizo fuerte en el barrio y su nombre comenzó a conocerse más allá de la terminal del ferrocarril. Su éxito pasa por «ser un bar de pueblo», en el que más que clientes lo frecuentan amigos y a donde se acude para informarse de cualquier hecho que ocurra en el barrio. Trabajadores del entorno, empresarios, vecinos, padres y madres del colegio Sagrado Corazón Hermanas Salesianas, entre otros, conforman lo que Melgosa define como una gran familia que echará de menos el bar cuando baje la persiana de forma definitiva el lunes, 30 de diciembre, día para el que se prevé una fiesta de despedida.
El motivo, como en otros muchos negocios míticos, ha sido la falta de relevo. Permanecerá abierto el estanco, pero «la hostelería ni compensa ni resulta tan atractiva». Todo lo contrario de lo que piensa Javier, quien tomó las riendas de sus padres junto a sus hermanas Isabel y Rosa, sin olvidarse del apoyo de Conchi desde Palencia. Los cuatro pasaron su infancia en el bar y allí comenzaron a trabajar, detrás de una barra que guarda cientos de secretos y que, tal y como asegura Javier, daría para escribir una novela.
(El reportaje completo, en la edición impresa de este viernes de Diario de Burgos o aquí)