Guardo en un cajón de mi habitación una camiseta rojipardilla de manga larga, con el escudo cosido a la altura del corazón y el dorsal 14 en blanco y rasgado de tanto uso en la espalda. Si no recuerdo mal, la heredé de mis primos y durante muchos años me la puse para estar en casa hasta que fui consciente de su valor. Desde entonces la guardo como reliquia. No tiene publicidad ni siquiera marca deportiva en el pecho y aunque no sé con exactitud de qué temporada es, tiene más años, incluso, que los que hoy se cumplen desde el último ascenso de un equipo burgalés a Primera División. 

Obviamente, por mi edad, no tengo recuerdos del éxito que el Real Burgos alcanzó ante el Bilbao Athletic aquel 6 de mayo de 1990, pero se me pone el bello de punta al ver algunas imágenes (adjuntas en este reportaje) de aquella tarde en San Mamés o leer las crónicas de ese histórico encuentro ante millares de burgaleses en las gradas de La Catedral. 

Un hito protagonizado por el Real Burgos de los balcánicos Juric -autor del 1-1 que daba la gloria-, Karabeg y Barbaric; de Bastón, Ribera y Portela; de Tamayo, Tocornal o ‘Tronquito’ Magdaleno. Una gesta que llevaba la firma del técnico José Antonio Naya, contratado por el presidente Antonio Martínez Laredo para devolver a Burgos a la élite. 

De las tres temporadas en Primera tengo algún vago recuerdo. Me vienen a la memoria tardes de radio en la cocina junto a mi madre esperando el regreso a casa de mi padre, socio entonces y socio también hoy de un Burgos CF que trabaja para devolver a la ciudad aquellos días de gloria ante los grandes de nuestro fútbol. 

El convenio firmado este lunes con el Burgos Promesas invita al optimismo. Unas buenas instalaciones y una cantera fuerte se antojan imprescindibles para intentarlo. De momento, me conformo con volver a El Plantío...