En apenas quince días, dos menores y un adulto han sido víctimas de ataques de perros en la capital. Por desgracia, estos sucesos no constituyen hechos aislados, puntuales. Más al contrario: según datos facilitados por la Policía Local, en lo que va de año se han registrado una treintena de denuncias por este motivo, lo que ha incrementado el nivel de alerta tanto entre los agentes que velan por el cumplimiento de la ordenanza municipal de animales de compañía como de la propia sociedad, cada vez más sensibilizada y temerosa. No en vano, es moneda común que sean los propios ciudadanos los que den la voz de alarma cuando ven algún perro de raza peligrosa sin bozal ni collar, acaso como una medida para evitar males mayores, como los que han padecido recientemente un niño de tres años, que sufrió mordiscos de un dóberman el pasado mes de marzo, y una niña de diez, atacada por un can de raza considerada peligrosa al que su dueño paseaba con correa pero sin bozal. Según ha sabido este periódico, hace una semana otro perro de raza peligrosa, que estaba sin el obligatorio bozal, atacó a una mujer de 44 años con enorme saña y con consecuencias nefastas: le han tenido que amputar un dedo.
¿Tiene alguna explicación esta creciente ola de ataques de perros en la ciudad? ¿Por qué está sucediendo con cada vez más frecuencia? ¿Hay muchos perros peligrosos con dueños irresponsables? ¿Hay razas caninas que deberían prohibirse? Para la psicóloga y adiestradora canina Miriam Gómez Soto, de la Residencia Canina Villanueva, la frecuencia de ataques de perros tiene varias explicaciones. «Primero, porque ahora hay más perros que nunca. Antes el que tenía perro vivía en el pueblo. Pero ahora hay perros en casi todos los pisos. Y en muchos casos sin control. Hay hogares con dos y hasta tres perros», explica. También, asegura, las modas respecto a las razas ha complicado la situación. Y no solo porque las consideradas peligrosas estén o hayan estado de moda, sino que hay también animales que no entran dentro de esa calificación de potencialmente peligrosos que, sin embargo, pueden serlo debido «a su enorme potencial físico, a una enorme energía, y hay mucha gente que no los sabe controlar». Tampoco ayuda, señala Miriam Gómez, que en no haya unanimidad en todas las regiones respecto a la consideración de su peligrosidad. «El dóberman no es un perro de presa, pero tiene detrás una leyenda negra y en algunos lugares es considerado un perro peligroso. En Castilla y León no, por ejemplo».
Como va por modas, indica esta adiestradora canina, los propios criadores «cruzan razas con irresponsabilidad y luego venden los cachorros sin saber qué puede salir de ahí. No hay que olvidar que los perros de presa están seleccionados genéticamente para agarre de ganado, como los perros pastores lo están para pastorear. Eso es indudable. Tienen una mordida muy fuerte y una energía impresionante. Cualquier persona no puede con un animal así». Y ahí es donde entra otra de las causas de la situación actual, según esta adiestradora: la irresponsabilidad de los propietarios de este tipo de perros. «Se tiende a humanizarlos, a malcriarlos, a mimarlos en lugar de criarlos como lo que son, perros. El problema es que la gente que obra así, que no trabaja para controlar al animal, sólo pide ayuda cuando ya es tarde, cuando el perro ha mordido a medio barrio y ya es muy difícil adiestrarle. El 90 por ciento de la gente que tiene un animal de estas características no sabe cómo se debe actuar. El perro tiene necesidad de ser perro, de salir a la calle, de estar con otros animales, no en una casa cuidado como un bebé. El gran problema es que no son controlados desde el principio y para cuando se quiere reaccionar ya es tarde y no hay quien les pare. Yo me he negado a acoger perros en mi residencia porque son verdaderas bombas de relojería, animales a los que no se ha puesto ningún límite y te atacan, lo rompen todo, se autolesionan, se vuelven locos cuando ven que el dueño no e