Un puñado de geranios de un rosa intenso brota del interior de un escriño que manos artesanas tejieron hace más de doscientos años usando paja de centeno para la base y zarzas como hilo. «Lo único que he hecho ha sido conservarlo un poco echando agua con cola», detalla Mari Cruz sobre esta auténtica reliquia que exhibe en su vivienda de Olmillos de Sasamón. Los dos más grandes se utilizaban antaño para guardar la harina y alimentar a los animales que en todas las casas había; en el más pequeño se guardaban las patatas, en las cocinas.
Pequeños tesoros, como estos escriños, estaban descansando en desvanes o pajares de la localidad hasta que sus dueños los han desempolvado para convertirlos en los protagonistas del verano de Olmillos, donde la Asociación Santa Columba ha impulsado una edición más la decoración de las fachadas y calles del pueblo bajo una temática, que este año está dedicada a los jarrones, vasijas, orzas y envases en general.
A objetos tradicionales que han venido utilizando diferentes generaciones de vecinos, se suman todo tipo de recipientes de reciente creación, porque si algo tienen los habitantes de la localidad son imaginación y ganas para convertir cada rincón en un espacio que merezca la pena visitar. Por eso han tirado una vez más de creatividad y han llenado de color bajo ese hilo conductor sus fachadas, invitando a que las tardes de verano sean para pasear por Olmillos y disfrutar de él.
De una enorme vasija azul, esta vez ni de cristal ni de cerámica, brotan decenas de flores, «hechas con restos de botellas de plástico», desvela Teresa sobre el material con el que ha llenado de colorido una antigua puerta frente a su casa, donde sobre una bici está colocado un cesto lleno de vivencias y kilómetros. «Antes no existían bolsas de plástico ni de tela y con él es con el que se iba antaño a hacer la compra a Burgos», relata durante el recorrido en el que este grupo de mujeres se sorprende a cada paso porque van descubriendo algunas propuestas nuevas. «Hay bastantes, pero aún falta por decorar alguna casa. Según venga gente a pasar el verano se irá ampliando», afirman, poniendo de manifiesto ese carácter participativo y de colaboración de los habitantes.
Reutilizar. Junto a la vivienda de Pilar, de las ramas de un olivo de su cuidado jardín, cuelgan dos embudos reconvertidos en maceteros. «Es muy manitas», cuentan las demás sobre las habilidades de la dueña de la casa, que este año ha decidido dar una segunda vida a latas de aceitunas para que luzcan como originales maceteros que abrigan a sus flores de ganchillo. «El invierno es muy largo y algo hay que hacer», dice en relación a sus tardes de aguja e hilo y que han dado como resultado a sus vistosas rosas, calas y lavanda que sobresalen de los recipientes. «Lleva su trabajo elaborarlos porque hay que darles capas de imprimación, pintura y barniz», dice la mujer, que aprovecha y reutiliza todo lo que puede, como envases del jabón de lavar la ropa o los restos de tela de cuando confeccionaba mascarillas y que ahora son las flores de la cabeza de su versión de Frida Kahlo, donde también refleja la frase Viva la vida y que la mexicana escribió en el último cuadro que pintó.
Y es que nadie escapa del encanto por decorar Olmillos. El pequeño Hugo primero muestra la colección de envases de colonias en una ventana de la casa de su abuela. «Son de mi tío Enrique», cuenta el niño, que sabe al dedillo como su madre ha decorado dos enormes búhos que hacen de macetero. «Son latas de aceitunas. Las patas están hechas con latas de cerveza y los ojos con tapas de tarros», relata. Tampoco ha querido dejar pasar la oportunidad de participar un recién llegado, Suso, aunque juega con ventaja, ya que es licenciado en Bellas Artes. Se ha instalado hace poco en Olmillos, donde veraneaba y de donde procede su familia, tras 20 años en Málaga. «Hay que colaborar con las cosas que se hacen en el pueblo», comenta mientras ultima la decoración de dos pequeñas calderas que flanquean su puerta.
De reciclar ciertos objetos también saben Ana e Inés. La primera se ha hecho un tiesto con unas cuantas botellas de leche, con su tapón y todo, y que juntas en círculo ahora albergan «plantas del campo», como las que sobresalen de la cesta y las alforjas de la bici que normalmente utiliza. «No tengo nada antiguo que sacar, así que he convertido en envases objetos que normalmente utilizo», cuenta entre página y página. Muy cerca, una vieja ventana que pasaría desapercibida es el marco perfecto donde llaman la atención dos simpáticos pájaros que Inés ha creado partiendo de dos zapatos de tacón y que ha llenado de flores.
Pucheros ahumados que confiesan haber estado al fuego y ahora lo están al sol; vasijas que sirvieron para mantener en aceite lomo y chorizo que alimentaban el estómago y el alma antaño y que han sido pintadas a base de pinceladas; damajuanas, esas garrafas de cristal, rejuvenecidas ahora con llamativas flores; calientacamas de cerámica, para paliar las frías noches de invierno en Olmillos; y todo un sinfín de ánforas, tinajas, jarros o jarrones de diferentes épocas que recuerdan la historia de los vecinos que las usaron y conviven con otras contemporáneas, con menos poso, pero elaboradas con todo el cariño.
Así, botellas de lejía cortadas y pintadas alegran algunas fachadas cargadas de plantas; como también lo hacen vasos de barro de cuajadas, tarros o botellas que se han forrado con brillante goma eva o pintado con pincel y buen pulso. O el paraguas, el balón, un orinal y un camión de juguete de un niño que han cambiado de utilidad por un verano y ahora sirven, también, como macetas, igual que una bandeja de horno para asar lechazo. Porque la imaginación y las ganas no tienen límite en Olmillos.