El zumbido que todo lo ve

H. Jiménez / Burgos
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Una empresa burgalesa innova con la fabricación de drones y la prestación mediante su pilotaje de servicios audiovisuales, un campo de amplísimas salidas que apenas acaba de nacer y que está de moda en todo el mundo

La pericia en su pilotaje permite también utilizarlos en espacios interiores, como este del edificio Promecal. - Foto: Jesús J. Matías

El 99% de los burgaleses no había visto un dron en su vida hasta el día del pleno extraordinario en el que se debatió la paralización definitiva de las obras del bulevar de Gamonal. Esa mañana un extraño aparato empezó a sobrevolar las cabezas de los manifestantes por el centro de la ciudad y los rumores se dispararon.

Las redes sociales ardieron durante unos instantes cuando esa especie de araña de la que colgaba una cámara se levantó en los alrededores del Teatro Principal. Algunos se sintieron amenazados por lo que creían era un dispositivo de vigilancia policial, con los nervios a flor de piel como en todos aquellos días. Y los verdaderos responsables del sorprendente dispositivo tuvieron que salir a la palestra diciendo «somos nosotros» para evitar que alguno tuviera más que palabras con su ‘criatura’.

Desde entonces A88 Ingeniería y Servicios Aéreos, una empresa burgalesa, no ha podido ocultar más el proyecto en el que lleva trabajando un par de años y que promete una infinidad de aplicaciones. Los drones, pequeños aparatos voladores no tripulados capaces de portar cámaras de vídeo y de foto de muy diversos tamaños, han dado el salto del mundo militar al civil y están de moda, mucho más desde que Amazon (el gigante mundial del comercio electrónico) anunció que piensa en ellos para repartir su paquetería.

Detrás de A88 están Andrés Menéndez y Raúl Sánchez, dos ingenieros con experiencia en el mundo del radiocontrol que un día decidieron embarcarse en esa ‘cosa’ llamada ‘drones’ de la que casi nadie había escuchado ni siquiera mencionar. Tuvieron que sumar conocimientos en circuitos, en telecomunicaciones, en mecánica, en imagen o en pilotaje, pues manejar un aparato de este tipo requiere una larga formación previa, hasta que tomaron la decisión de convertir su proyecto de drones en su principal ocupación.

Cuentan con media docena de multirrotores (el de mayor tamaño con un metro de diámetro) y dos helicópteros. Y confían en «un mercado incipiente y bastante abierto» para expandir su negocio. Con los aparatos ya en la mano, perfeccionados y en funcionamiento, les toca encontrar aplicaciones prácticas y clientes que quieran contratar sus servicios.

La lista sería casi interminable, tantas como uno pudiera imaginar. Un dron sirve, por ejemplo, para revisar el estado de la fachada de un edificio o de un viaducto sin necesidad de descolgarse con cuerdas o de montar andamios. Basta con acercarlo lo suficiente hasta el punto deseado y grabar el vídeo o tomar la foto necesaria para que luego los expertos en la materia lo analicen y decidan cómo estudiar.

También, por supuesto, para todo tipo de trabajos audiovisuales de filmación o fotografía aérea, desde documentales a eventos sociales como bodas (en este último campo, por cierto, ya cuentan con una experiencia en Sotopalacios). La vigilancia y extinción de incendios, el rescate de personas extraviadas, la búsqueda de víctimas de accidentes en lugares difícilmente accesibles, la vigilancia del patrimonio, la prevención de avalanchas, los socorros en mar abierto o el estudio de plagas o sequías en áreas de cultivo... Todo será cuestión de lo accesible que resulte el servicio para un potencial cliente, porque la capacidad técnica está ya prácticamente resuelta, con grandes autonomías de vuelo y radios de alcance del control remoto.

Su enemiga, la lluvia

A los drones de A88 solo les frenan los elementos. La meteorología es un problema que por el momento no tiene solución, pues con lluvia, por fina que sea, resulta imposible volar ante el riesgo de que los componentes electrónicos se mojen y acaben inutilizados. A medio plazo la colocación de fuselajes para recubrir las piezas será la solución, pero por el momento sólo está resuelta la lucha contra el viento, pues solo en caso de rachas verdaderamente fuertes supondría un peligro para estos aparatos.

Su regulación es otro punto pendiente de concretar, pues de momento en España existe un vacío legal. Por precaución procuran no planear sobre aglomeraciones de personas y tienen limitada una altura de 300 metros en el caso de trabajar a menos de 5 kilómetros de un aeropuerto, como por ejemplo en la ciudad de Burgos. Están a la espera de que surja una normativa, nacional o europea, que regule lo que ahora se rige principalmente por el principio del sentido común.

«Esto no son juguetes», advierten Raúl y Andrés. No puede manejarlos cualquiera y hay que hacerlo con la responsabilidad de quien pone a volar aparatos con cierto peso capaces de herir seriamente a alguien si le cayeran encima por cualquier fallo y con hélices que giran tan rápido que se convierten en cuchillas si a alguien, por poner un caso, se le ocurriera alargar la mano hacia ellos. Por eso cuentan con seguros que cubran su posible responsabilidad civil y con la experiencia de llevar unos años trabajando en este sector.

Si el mercado de los servicios con estos aparatos no tripulados acaba por explotar comercialmente y ofrece la cantidad de salidas que de él se espera, allí estarán ellos posicionados. Cuenta la leyenda que algunas de las mayores compañías de internet nacieron en humildes garajes de los extrarradios norteamericanos. Ellos trabajan en Pentasa y son una de las pocas empresas españolas que se ha aventurado a volar con el característico zumbido de los drones.