Ya estábamos hartos de recibir en las últimas semanas noticias sobre repugnantes negocios con los que algunos bellacos avecindados en el poder se hicieron millonarios durante la pandemia, así que el sábado decidimos apagar la tele y hacernos a la calle para disfrutar un ratillo aplaudiendo a nuestra paisana Cristina Gutiérrez, campeona del último Dakar, la carrera más temible del mundo al decir de los que saben de estas cosas. Doña Cristina se paseó pinturera a bordo de su auto de competición por nuestro suelo bendito, y uno, que se extravía en una simple rotonda y siempre toma el desvío equivocado en las autovías, quiso expresar su admiración más rendida por una deportista que no se arredra ante amenazadores pedregales ni interminables cadenas de dunas.
El homenaje en cuestión también nos brindó un entretenimiento muy ameno merced a una de esas minucias terminológicas que tan buenos ratos nos hacen pasar mientras debatimos sobre el marco normativo de nuestro idioma. Los periodistas no fueron ni mucho menos unánimes al designar la profesión de nuestra campeona, pues, si los de temperamento más clásico se refirieron a ella como 'piloto', otros más audaces prefirieron el sustantivo 'pilota', que, si bien puede rechinar en algunos oídos sensibles, constituye un desdoblamiento impecable en lo morfológico para el que la RAE no encuentra razón alguna de censura.
Por mucho que haya quien denueste ese 'feminismo lingüístico' que tanto molesta en algunos ambientes (y que, dicho sea de paso, también ha querido imponer algunos usos ciertamente chuscos), la docta Academia explica que el de 'pilota' es uno de esos femeninos novedosos fruto de la reivindicación actual de formas específicas para designar a las mujeres que alcanzan territorios antes solo reservados a los hombres. Y tampoco convendría olvidar que la lengua es una realidad mudable y que su comportamiento no siempre puede ajustarse a reglas fijas: tenemos juezas, concejalas y fiscalas, pero no 'modelas', porque los hablantes, que son los que mandan, rechazan el empleo de tal palabra. Y, por supuesto, nunca se nos ocurrirá decir 'comisionistos', aunque sabemos de sobra que haberlos, haylos, y que campan a sus anchas.