No es precisamente la estación de tren Burgos Rosa Manzano un gran reclamo para potenciar el transporte ferroviario. El principal argumento en contra es el emplazamiento de la misma, prácticamente en medio de la nada. A este problema se le une la ausencia de zonas comerciales salvo un negocio de alquiler de coches, ya que la cafetería lleva años cerrada.
La temperatura que se registra en el interior del enorme vestíbulo, y que estos días de ola de frío se desploma hasta los 13 grados, va a dejar pronto de ser otra excusa. El Administrador de Infraestructuras Ferroviarias acaba de sacar a concurso un contrato que pretende subsanar las deficiencias que presenta su sistema de climatización y ventilación.
El Adif invertirá algo más de 250.000 euros (sin IVA) para que los pasajeros que aguardan a la llegada de su tren -o los que esperan a alguien que viaja- no tengan que ir forrados de ropa. La reforma planteada se centra en la sustitución de las dos enfriadoras existentes en el edificio por otras de características similares. Por otra parte, también se cambiará una de las calderas ubicadas en la sala por otra parecida. Actualmente se emplea gas natural para la producción de calor y de energía eléctrica para la generación de frío.
La empresa que resulte adjudicataria del contrato contará con un plazo de 15 días para retirar los equipos a cambiar e instalar los nuevos. La climatización de los diferentes locales que hay distribuidos por la terminal, y que en su inmensa mayoría se encuentran vacíos, no es objeto del proyecto encargado por el Adif.
Cada año, dentro del plan de mantenimiento de la estación, señalan fuentes del Administrador de Infraestructuras Ferroviarias, se realizan acciones de «mantenimiento preventivo» del edificio y de sus instalaciones de climatización, protección contra incendios, redes de saneamiento y de aguas, iluminación, ascensores, escaleras mecánicas o puertas automáticas.
Sin goteras. La inversión de un cuarto de millón de euros en esta sustitución de los equipos de aire se unirá a los casi 100.000 euros que se pusieron sobre la mesa para atajar el problema de las filtraciones de agua. Prácticamente desde la inauguración de la estación de tren, en noviembre de 2008, las goteras empezaron a hacer acto de presencia. Los días en los que la lluvia arreciaba con fuerza los empleados tenían que colocar varios cubos para evitar grandes charcos.
La precaria imagen que producía obligó al Adif a actuar, aunque no fue hasta finales de 2018 cuando anunció «una actuación de mayor envergadura» que las revisiones periódicas a las que se sometía la cubierta. No obstante, tal y como dice el refrán, las cosas de palacio van despacio. Hubo que esperar hasta mediados de 2020 para que se adjudicara la redacción del proyecto en cuestión. Cuatro meses después, a la vuelta del primer verano de pandemia, el ente público adscrito al Ministerio de Transportes recibió el informe elaborado por un estudio burgalés.
El informe que elaboró Barrio y Cameno Arquitectos apuntaba que la cubierta, de 340 metros cuadrados, sufría una deformación en la parte más baja de policarbonato, que provocó un daño en la junta que permitía la infiltración de agua hacia el interior en caso de acumulación de agua pluvial. Las obras se encargaron en verano de 2021 pero hasta la víspera de la llegada del AVE (julio de 2022) no se arrancó con el montaje de un enorme andamio. El Adif argumentó problemas con el suministro de materias primas fruto de la huelga de transportistas para dilatar las obras que ejecutó una compañía de Castejón, en Navarra.