Luis Domínguez había cerrado tarde el bar que regentaba en Fuentecén y regresaba tranquilo a casa cuando escuchó el agitado y nervioso ladrido de los perros pese a que la noche estaba en calma. Poco después vio unas luces, como dos faros, acercándose.Creyó que sería algún coche y que por eso habían reaccionado así los animales. Se equivocaba: pronto fue consciente de que esa señales luminosas no eran generadas por un automóvil: se elevaban y bajan, una y otra vez. Llegó raudo a casa y avisó a su mujer y a su hijo, que ya estaban acostados. Quería compartir con ellos aquella experiencia. Desde el interior de su domicilio, a oscuras, los tres contemplaron el extraño fenómeno.Era la noche del 12 al 13 de febrero de 1981.
Creyeron distinguir un objeto envuelto en aquella brillante luz, tan fuerte que parecía de día, según confesó al periodista del diario Pueblo que días más tarde se acercó a Fuentecén para informar del caso. «Todo aquello lo vimos durante más de media hora, y poco después de que nuevamente se posara la nave, oímos pisadas. Vimos algo que se podía decir que era un robot, que tendría la altura de un metro cuarenta centímetros y unos setenta centímetros de ancho.Era un robot cuadrado», explicó Luis Domínguez al reportero. Sintieron miedo pero la curiosidad era mayor.
«Su aspecto era metálico. Vimos que se ponía al lado de la verja, a un metro de nuestra casa. Tenemos un perro pequeño que ladraba constantemente», narró a la prensa.
El tabernero de Fuentecén decidió salir al patio de su casa y acercarse más a aquel sorprendente fenómeno. Cuando lo hizo, el objeto se elevó envuelto en luz y desapareció en la noche «lanzando destellos».
Las marcas. A la mañana siguiente, padre e hijo comprobaron que el lugar del patio en el que habían visto la noche anterior el objeto luminoso estaba quemado y tenía marcas y agujeros: «En el patio tenemos un corro de leña quemada, donde estuvo el robot.En la era, donde estuvo el ‘objeto’, hay marcas de hierba y tierra quemada; también hay agujeros», explicó Luis.
El reportero del diario Pueblo lo pudo comprobar: los agujeros, que eran tres, tenían treinta centímetros de diámetro, eran de forma circular y estaban separados unos de otros por un metro y medio.