No quieren ser una isla en el mundanal ruido de la ciudad. Pero, muy a su pesar, sienten que lo son. Y sacan pecho, y presumen de todo lo que pueden aportar, y lamentan que se desperdicie su potencial, y se rebelan. El vicepresidente del Consejo de Alumnos de la Universidad de Burgos (Caubu), Jorge Tejero, el arqueólogo y profesor de la UBU Carlos Díez y la defensora universitaria de la Isabel I, Sheila López, convienen en que el Ayuntamiento podría, y debería, tener más en cuenta al campus y hacer más por los universitarios. Sin abandonar las aulas, se ponen el mono de trabajo y lanzan una batería de propuestas muy con los pies en la tierra. Mucha práctica, poca teoría.
Golpea primero el representante de los estudiantes. Se trae la lección bien aprendida. En su diana, tres asuntos: aligerar los trámites para que fluya la colaboración entre las instituciones («el Ayuntamiento y la Universidad son dos monstruos burocráticos increíblemente grandes y no pueden ser un bache en la organización de actividades universitarias culturales o deportivas»), fortalecer las relaciones para facilitar las prácticas en los distintos organismos públicos y un rotundo no a la ubicación del recinto ferial en la antigua CLH.
Las barracas vuelven a poner en pie de guerra al estudiantado. Las fiestas de San Pedro y San Pablo siempre se acomodan en fechas difíciles, sobre todo para quienes acuden a segundas y definitivas convocatorias. En los anteriores comicios, las querían fuera del polígono docente del Vena, y lo consiguieron con su traslado a Villatoro el año pasado. Ahora se levantan contra los planes municipales de instalarlas de manera permanente junto al campus.
«Esta ubicación conlleva movilización de personas, tráfico y contaminación acústica en toda el área circundante a las facultades de Derecho y Económicas y, principalmente, de la Biblioteca Central», arguye y recuerda que ya plantearon esta preocupación al rector. La pelota está en otro tejado. Y ellos, vigilantes.
Nada apunta sobre la ampliación de horarios de las bibliotecas de la ciudad en la época de exámenes, una vieja reivindicación del Caubu. La necesidad se mantiene y la petición, también. Pero son conscientes de la dificultad. «Al final somos más de 8.000 estudiantes...», apunta Tejero.
Más de ocho millares de la UBU y más de 4.000 de la Isabel I, que juega con la particularidad de la formación online. Alumnado repartido por toda la geografía española, con el Arlanzón como punto de unión. Y eso, en palabras de Sheila López, debe tenerlo en cuenta el Consistorio, aunque las leyes en materia de educación universitaria recaigan en el Estado y la Junta.
«Las universidades son un actor crucial en la atracción y retención de talento, creación de empleo y en la mentalidad de la sociedad. Los programas deben dejar claro en qué medida van a colaborar con las universidades de Burgos para emprender proyectos conjuntos», introduce la defensora universitaria del centro privado y añade que echa en falta en esos programas una mención a las universidades en general, «que son un engranaje para que el empleo, infraestructuras y diversidad, que sí aparecen como epígrafes, tengan lugar».
Una ausencia sobre la que también alerta, y no entiende, el docente de la UBU.
Sheila López, profesora de Valores sociales y deontología profesional, asignatura transversal en todas las titulaciones de la Isabel I, se lo pone en bandeja a los candidatos.Los 'regala' cinco puntos a los que meter mano.
Uno: aumentar las becas. Dos: financiar proyectos de investigación y a investigadores. «Estos vuelven a la sociedad como productos, ideas, nuevas formas sociales, empleos... La inversión económica en las universidades es un búmeran, un circuito cerrado educación-sociedad». Tres: garantizar la mejor empleabilidad de los futuros egresados, con la facilidad de los permisos para el emprendimiento, algo que ahora permite mejor que nunca el teletrabajo. Cuatro: asegurar la inclusividad y espacios libres de discriminación. Cinco: transparencia en la gestión de recursos en materia de universidades. Y ahí pregunta por 'lo suyo'. «Tenemos que saber en qué medida y de qué manera van a colaborar, con qué fines y si en Burgos, con una pública y otra privada, se va a hacer de forma igual o distinta, porque el objetivo de ambas es el mismo, que es educar a los futuros ciudadanos».
El testigo a esta retahíla lo coge Carlos Díez, que abunda con pesar en esa condición de isla respecto al resto de la ciudad. Poner fin a ese aislamiento pasa por crear puentes, y no solo físicos, aunque también.
«Los accesos hay que garantizarlos. Tenemos que hacer ciudades que sean lo más sostenibles posibles y esto significa que hay que seguir con la renovación de la flota de autobuses, que no sean contaminantes y tengan la frecuencia suficiente para venir en transporte público, y facilitar poder hacerlo en bici. Gran parte de los accesos a esta universidad se hacen en vías de un solo carril y cuando no hay carril bici es un auténtico problema», traza sin olvidarse de la parte alta de la ciudad, donde se encuentra la sede de la Isabel I, en el antiguo seminario mayor.
En el plano de las ideas, se suma a la causa de su colega de la privada en la necesidad de apoyar al estudiante cuando deja el campus. «Es triste que buena parte de las personas que hacen la carrera aquí se tengan que ir porque faltan oportunidades», se queja y evidencia el potencial de Burgos en el plano industrial, turístico o gastronómico. «Tenemos industria, centros culturales de primer nivel, restaurantes... Los mimbres están, faltan tejedores o tejedoras para hacer un buen cesto. ¿Estamos haciendo todo lo que podemos?», se pregunta y trae a colación el debate sobre la Facultad de Medicina. «Me gustaría que los partidos políticos, como el PP, se pronunciaran claramente», agrega.
Y alto, claro y largo es su lamento por la escasa, por no decir nula, participación de los profesores en la toma de decisiones que afectan a la sociedad, cuando además, advierte, algunos de los que se sientan en el Salón de Plenos han pasado por sus pupitres o dado clases en sus aulas.
«Nos deberían tener más en cuenta. Hay cantidad de proyectos en los que podemos asesorar, urge más fluidez con las comisiones, sobre todo para esas decisiones de calado que aspiran a remodelar parte de la ciudad (ejemplos: Burgos río o plan de arbolado)», se explaya y ondea el ensayo La utilidad de lo inútil, de Nuccio Ordine, al que acaban de dar el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades.
Esta alusión al profesor y filósofo italiano la coge al vuelo la defensora universitaria de la Isabel I para explicar por qué son tan frágiles los hilos que unen al Ayuntamiento y al campus. «Ordine es uno de los mayores defensores de las humanidades como construcción de la persona y muchos políticos creen que la educación es solo conocimiento, fuera de la persona», detalla.
Asienten Díez y Tejero en la terraza de la Facultad de Derecho, sobre la hierba, rodeados de árboles y bajo el sol de mayo. Un pequeño paraíso que es ciudad.