Lo que ha sido durante décadas el mar de Burgos, el mar de Castilla, exhibe hoy una imagen preocupante: un desierto de arena rodea al pantano del Ebro en Arija. El embalse se encuentra en mínimos históricos, revelando que la sequía también alcanza la cabecera del gran río del norte de España, el que riega las vegas ubérrimas de La Rioja, Navarra y Aragón. No llega al 30 por ciento de su capacidad cuando hace diez años, en esta misma fecha, estaba al 65 por ciento. «Da pena verlo. Esto ya no va a cambiar», dice parcamente un vecino de Cabañas de Virtus señalando hacia donde, no hace tanto tiempo, era normal que llegara el agua. Ahora hay que mirar muy lejos para alcanzar con la vista la orilla; muy lejos, como si fuera la línea del horizonte. Antes de atisbar el embalse hay muchos metros de arena, dunas, tierra seca y algún matojo que devora el ganado con lentitud de siglos, como si estuviera en un cuadro de MarcelianoSanta María.
En Cilleruelo de Bezana no pasa desapercibido ese ínfimo nivel de las aguas del pantano. Leticia, que atiende su comercio siempre con una luminosa sonrisa, sabía que la presencia de los periodistas no podía tener otro motivo que la imagen casi apocalíptica de un embalse que parece haberse convertido en sumidero, como si sus aguas se estuvieran filtrando por un desagüe invisible lenta pero inexorablemente. «No es normal que en pleno invierno esté así. Todavía si fuera verano...», apunta Leticia. No ha nevado apenas, como viene sucediendo demasiado en los últimos años. Esa es una de las claves que explican el estado del embalse.
Repercusión. En torno al pantano hace años que florecieron empresas vinculadas al deporte y al ocio. Una de ellas es Ebrokite. El responsable de esta escuela que imparte cursos kitesurf, wingfoil y paddle surf, Aitor Trejo, está muy preocupado. Ese nivel tan bajo del agua está repercutiendo notablemente en la afluencia de quienes gustan de disfrutar de actividades acuáticas en el pantano, convertido en la gran referencia del kitesurf del norte de España. «Ya el año pasado tuvimos un bajón importante, del 20 por ciento. Y si sigue así no sé si vamos a aguantar el tirón. Lo ideal, lo óptimo, es que esté al 70 o 75 por ciento. Con los niveles actuales se hace muy complicado», señala.
Así pues, negocios que contribuyen a sostener la economía de la zona, e incluso a fijar población, están en riesgo. «La situación se está poniendo complicada», subraya Trejo, a quien le gustaría tratar de atraer alguna competición deportiva que reúna a los mejores de la cometa, como ya ha sucedido otras veces, pero esa idea se antoja ahora poco menos que imposible con esos niveles de agua. «Así no podemos plantearnos nada. Bastante si conseguimos salvar el año», apostilla el responsable de Ebrokite.
En Arija el bajón del caudal es más que evidente. El embarcadero ubicado en el acceso al barrio de Vilga se encuentra varado sobre el lecho del pantano, cada vez más lejos del agua. En la distancia se ven perfectamente los restos del puente Noguerol, el puente de la infamia, aquel que se construyó para unir las dos orillas -Burgos y Cantabria- pero que se hundió al cabo de inaugurarse, siendo a continuación dinamitado: aunque la dictadura trató de borrar todo rastro, los restos de aquel viaducto, como un esqueleto ominoso, recuerdan la injusticia que se cometió con los habitantes de la comarca.
A pocos kilómetros de Arija, en la localidad de Villanueva de las Rozas, la torre campanario de su iglesia, que tuvo que ser anegada cuando se construyó el embalse, se ha convertido en un reclamo turístico de primera magnitud, toda vez que la construcción que quedó en pie emerge del agua y pese a todo puede ser visitada gracias a que se habilitó una pasarela. Sin embargo, hace mucho tiempo que esa estampa tan sugerente no es tal porque el agua ya ni siquiera roza el cimiento de la edificación, por lo que pierde parte del encanto. Esa torre rematada en pináculo es a la vez metáfora y símbolo de una realidad terrible: el mar de Castilla está menguando.
Ya no parece ni el mar.