La presencia del papel se cuela en muchos de los recuerdos de la niñez de Catalina Santamaría. Era una mico cuando se entretenía doblando cualquier trozo que hallara por casa, escribiendo donde podía y siempre preguntando '¿esto vale?, ¿esto vale?', por si en algún momento convertía en gurruño un documento importante. «Era un trasto. Todo lo que pillaba lo aprovechaba. Hacía figuras, las deshacía, se me olvidaba cómo se realizaban... ¡Me fascinaban los papeles de calco!». Ese interés se quedó en el camino, pero, sin darse cuenta, cuando ya había pasado la barrera de los cuarenta y sus hijos ya no necesitaban tanto a su mamá, retomó esa pasión por el papel que había permanecido latente y paciente. Se introdujo, primero solo de puntillas y luego de lleno, en el arte de la papiroflexia. Y doblez a doblez ha reunido una importante colección que expone en la Biblioteca Pública (San Juan) hasta el 30 de este mes.
Muñecas japonesas, flores de cerezo, rosas, tulipanes y un montón de especies más, composiciones geométricas, estrellas o grullas se extienden en cuatro vitrinas en la planta -1. El mimo por lo que se hace con las manos se siente desde la entrada. Un cartel manuscrito anuncia lo que se exhibe en esta muestra, de la que el público sale con una flor de papel de regalo.
Reúne creaciones realizadas en los últimos años, la mayoría de diseñadores japoneses aprendidas en tutoriales. «Me gusta mucho la cultura oriental y me interesaba aprender a realizar Washi Ningyo, que son muñecas japonesas que tradicionalmente realizaban las hermanas mayores y se las regalaban a las pequeñas para que aprendieran a vestirse, a ponerse las distintas prendas. Todo esto me fascina», destaca esta inquieta burgalesa que también muestra patrones propios, como las muñecas que visten traje regional castellano, encargo para una boda.
Aunque aún sigue tirando del papel de revista y de regalo, ahora además utiliza el de arroz que emplean en Japón para este arte del origami. «Me encanta, me fascina el papel», insiste pensando ya en un nuevo reto, una figura más difícil todavía.
Confiesa que más allá de una afición, es una terapia. Durante los años que se dedicó a la hostelería alivió así el cansancio físico y cuando trabajó en un despacho de administración de fincas mitigó el estrés. «Me ha venido muy bien para relajarme», resume Santamaría, que ha implicado en esta actividad a su madre, Felisa Riocerezo, a quien dedica la exposición, junto a sus hijos, Óscar e Itciar, y a su nieta, María, que se maravilla con la diversidad de colores de los papeles de su abuela.