La semana pasada se presentó el libro Vicente Lampérez y Romea. Arquitecto, restaurador e historiador (1861-1923). Con motivo del centenario de su fallecimiento, desde la Institución Fernán González hemos querido profundizar en el legado de este arquitecto, no solo por la importancia de su trabajo en múltiples facetas, sino sobre todo por la trascendencia que tuvo para la ciudad de Burgos, poco conocida y valorada. Y es que, aunque estemos hablando de hace más de cien años, todavía hoy Lampérez es responsable de la escena urbana en importantes espacios de la ciudad, en los que sus intervenciones siguen siendo determinantes. Podemos decir que Burgos no sería la misma ciudad sin Lampérez. Veamos algunos ejemplos.
La maltratada Plaza Mayor no sería la misma sin su edificio 'Mercurio' que pone un contrapunto en su silueta. El paseo de La Isla no sería el mismo sin el espléndido remate del antiguo Colegio de Las Damas Negras, que completa la fachada del río al llegar a la Plaza de Castilla. La calle Concepción tiene su mejor arquitectura en la sede del Círculo, recientemente restaurada. El Paseo del Espolón tiene un toque de color y distinción gracias al edificio de viviendas de la antigua librería Sedano y sus atractivos medallones cerámicos. Y la Casa del Cordón podría haber desaparecido por su estado de ruina a finales del XIX, cuando Lampérez acomete una importante restauración que supuso la reconstrucción y retranqueo de toda la fachada de la calle Santander y la aportación de los controvertidos miradores neogóticos que hoy son protagonistas en la Plaza de la Libertad.
Pero las actuaciones más importantes fueron fruto de su trabajo como restaurador de la catedral. Lampérez llegó a Burgos muy joven, con solo 26 años, como ayudante del burgalés Ricardo Velázquez Bosco que tenía encomendada su restauración, y enseguida se hace cargo de la dirección de las obras, especialmente importantes en el claustro que tuvo que ser parcialmente reconstruido. La intervención más relevante para la ciudad fue sin duda la controvertida decisión de derribar el Palacio Arzobispal, que se encontraba adosado justo delante de la catedral. ¿Se imaginan que al pasar el Arco de Santa María, allí donde todos los turistas hacen su primera foto, no se viera la catedral? Pues esa era la escena, heredada de la ciudad medieval en la que los espacios urbanos eran reducidos y las edificaciones se acumulaban alrededor del templo. El Ayuntamiento llevaba mucho tiempo planteando la demolición del palacio, y cuando finalmente llega el momento en 1914 es Lampérez quien asume un encargo complejo y envenenado, que generó importantes polémicas recogidas en el Diario de Burgos de la época. Y es que una vez eliminado el palacio, la catedral lucía una nueva perspectiva, pero el panorama a ras de suelo era caótico, como se aprecia en las fotografías de ese momento. Así que nuestro arquitecto tuvo que revestir toda la zona inferior del templo, integrar los restos más valiosos del antiguo palacio, e inventarse una nueva fachada que nunca tuvo la catedral. Un reto mayúsculo cuyo resultado hoy tenemos asumido con naturalidad, a pesar de tener poco más de un siglo.