Testigo OVNI: «Yo sé lo que vi. Aquello no era natural»

R. PÉREZ BARREDO / Santander
-

Felipe Sánchez relata la singular experiencia que vivió en enero de 1975 en Quintanaortuño (Burgos): el más sonado caso de avistamiento de un fenómeno extraño. El Ejército abrió una investigación durante años clasificada como confidencial

Felipe Sánchez muestra la imagen que recogió un rotativo de la época en la que aparece, junto a dos mandos del Ejército, en la zona en la que presenciaron el extraño objeto luminoso. La tierra estaba quemada. - Foto: Valdivielso

«Yo sé lo que vi. Y no lo he podido olvidar ni lo haré mientras viva. Aquello no era natural, no era normal». Felipe Sánchez es un tipo tranquilo y afable. Jubilado desde hace unos cuantos años, disfruta de la natación -que le hace bien para una cadera maltrecha- y de su condición de abuelo. Tiene buena memoria, así que conserva intactos los recuerdos de una experiencia que marcó su vida y de la que se acaban de cumplir cincuenta años. Un episodio que protagonizó junto a otras tres personas y que, durante semanas, se convirtió en una de las noticias más llamativas de aquel 1975 que acababa de empezar. Lo evoca con precisión mientras pasea por la playa de la Virgen del Mar de Santander, donde reside. Hay marea baja, temperatura primaveral, gente bañándose, alguna nube en el cielo de invierno. «Estaba haciendo el Servicio Militar en la Academia de Ingenieros de Burgos, y aquel 1 de enero tanto yo como mis tres compañeros [Manuel Agüera, Ricardo Iglesias y José Laso, todos cántabros] teníamos que presentarnos en el cuartel a la diana, que era a las seis y media de la mañana». 

Habían salido de Torrelavega a bordo de un Mini Morris 850 de color blanco que pilotaba Agüera. «Ya nada más llegar a lo alto del puerto del Escudo vimos como si, al fondo, el cielo estuviera más iluminado, con mucha fuerza; había una claridad enorme. Era extraño porque no había luna. Lo comentamos, pero no le dimos más importancia». Aunque eran jóvenes y acababa de celebrarse la Nochevieja, el hecho de tener que estar presentes en Burgos con las claritas del alba les frenó a la hora de festejar como se suele la entrada en un nuevo año. Felipe Sánchez iba un poco amodorrado cuando, a la altura de Quintanaortuño, algo hizo al conductor detener el vehículo y a sus ocupantes sentir un carrusel de impresiones, de la perplejidad al asombro, de la curiosidad al miedo. Y no precisamente a llegar tarde para cuadrarse. La noche, en el páramo, estaba estrellada. Recuerda que las temperaturas eran muy bajas; que estaba helando.

El Mini Morris se paró a la altura del kilómetro 252 de la Nacional-623. «Eran como cuatro luces, como cuatro relámpagos que de repente se posaron en el suelo. Emitían una luz potentísima, más que los focos de un campo de fútbol. Te deslumbraba. Estaba en una finca enorme, llana». Estupefactos y paralizados, sin saber qué diantres era aquello que estaban viendo sus ojos, los jóvenes soldados dudaron qué hacer: si salir del coche o seguir camino. No hubo unanimidad: tres apostaban por alejarse cuanto antes de allí. Pero a Felipe Sánchez le movió la curiosidad y decidió bajar del automóvil e iniciar un acercamiento hacia aquel insólito foco de luz que parecía flotar sobre la finca aneja a la carretera.

Sánchez muestra la publicación de un rotativo de la época. Sánchez muestra la publicación de un rotativo de la época. - Foto: Valdivielso

«Eché a andar. No sé si llegué a avanzar unos treinta o cuarenta metros porque yo quería ver más de cerca aquello». Pero, desde el coche, sus compañeros comenzaron a gritarle que regresara, que se diera la vuelta, que a ver si por culpa de ese extraño fenómeno iban a llegar tarde a diana y se jugaban un arresto. «Les entró miedo», apunta Sánchez, que hizo caso a la reclamación y giró sobre sí mismo. «Y voy a contar algo que no he contado casi nunca y, que si no lo hubiera vivido, jamás lo hubiera creído: el coche arrancó solo. El motor se puso en marcha sin que Manuel diera el contacto de la llave». Salieron disparados rumbo a Burgos, presos del terror -«jamás he visto a nadie con tanto miedo como en aquel momento a Manuel, jamás en mi vida-» y de una inquietud desasosegante, sin saber muy bien qué decirse, cómo digerir aquello que acababan de vivir. A su vez, aquella luz también se extinguió, súbitamente. No llegaron muy lejos: en Sotopalacios volvieron a detenerse, como si necesitaran un alto en el camino y coger aire y calmarse, y entraron a una fonda, donde pudieron aplacar su agitación y conjurarse para no contar nada cuando llegaran al cuartel.

Si no lo hubiera vivido no lo creería, pero el coche arrancó sin darle al contacto»

Ha pasado exactamente medio siglo, pero Felipe Sánchez hace memoria con enorme nitidez. Y reflexiona sobre ello con un punto de amargura, y en su fuero interno le gustaría regresar en el tiempo para actuar de otra manera. No tiene duda ninguna de que, si le sucediera ahora, si volviera a hallarse en un trance así, seguiría avanzando hasta llegar al punto en el que se hallaba aquella luz «que cambiaba del blanco al amarillo y que en su interior parecía haber una figura con forma de tronco de cono. Y no puedo asegurar lo que había dentro, pero se veía algo, había algo, de eso estoy seguro, pero no me acerqué lo suficiente. Y me arrepiento. Me he arrepentido muchas veces de no haberme acercado hasta aquella luz, aunque me hubiese llevado consigo», asegura Felipe Sánchez con aplomo. 

El que fuera testigo de aquel hecho misterioso en enero de 1975 en Quintanaortuño no ha podido olvidarlo.El que fuera testigo de aquel hecho misterioso en enero de 1975 en Quintanaortuño no ha podido olvidarlo. - Foto: Valdivielso

Sin embargo, ninguno de los cuatro pudo dejar de pensar en aquella extraña experiencia, y no hicieron sino comentarlo en las horas siguientes hasta que uno de los mandos escuchó al vuelo una de estas conversaciones, motivo por el que se vieron obligados a desembuchar con pelos y señales. Algo debió llamar la atención de los jefes porque no tardó el Ejército en abrir una investigación, hasta el punto de que los cuatro sorchis fueron interrogados por separado y sometidos a un detector de mentiras. Sucedió (como así se supo hace no muchos años, una vez que se desclasificara el archivo abierto entonces que hasta ese momento había sido confidencial) que todos coincidían en las declaraciones y que ninguno incurrió en contradicción alguna y, días más tarde, fueron conminados a mostrar al comandante Llorente el lugar exacto en el que vieron aquel singular fenómeno.

Bombazo nacional. Antes de aquella visita, Capitanía General hizo pública una nota en la que narraba lo sucedido según los soldados en estos términos: «vieron (...) cómo una nave en forma de tronco de cono muy achatado, con una luz fortísima de color blanco amarillento, aterrizaba o quedaba en suspensión a unos pocos metros del suelo»... Aquella información fue un bombazo, y toda la prensa de la época se hizo de eco de ello con un despliegue impresionante, hasta el punto de que el afamado presentador de la única televisión que había entonces, quiso llevar a los soldados al programa en el que triunfaba como Los Chichos aquel ilusionista que presuntamente doblaba cucharas con la mente llamado Uri Geller.

No les dejaron, claro. El Ejército no quería dar más pábulo a un acontecimiento que escapaba a su control, porque cuando visitaron el lugar de los hechos nadie pudo explicar lo que se encontraron allí: había 300 metros cuadrados de terreno calcinado y marcado por socavones. Se consultó a los agricultores del entorno y todos confirmaron a las autoridades militares que allí no se quemaban rastrojos desde octubre. Todo un misterio. A la investigación abierta le siguió el silencio oficial. Y el archivo (expediente número 750101), permaneció clasificado hasta hace unos años. Top secret. Lo cierto es que el informe elaborado recoge las entrevistas con los avistadores del fenómeno, los partes meteorológicos del día, la citada nota informativa, un plano escuálido del emplazamiento exacto, la confirmación de un centro francés que negaba haber soltado ese día ningún globo sonda y ninguna conclusión. No se resolvió el misterio.

A Felipe Sánchez jamás le importó contar su experiencia (salió en primera plana en uno de los más amplios reportajes que dedicó una revista de la época, Actualidad Española, que firmó un tal Pedro J. Ramírez) y, más recientemente, en el exitoso programa de televisión Cuarto Milenio. «Yo sé lo que vi. Y nunca he tenido miedo de que puedan pensar de mí cosas raras. Yo sé lo que vi, estuve allí. Y aquello era fuera de lo normal. ¿Qué era? Nunca lo sabré, y no dejo de arrepentirme por no haber seguido avanzando hacia la luz. Pero lo que viví no lo he podido olvidar ni lo olvidaré mientras», concluye perdiendo su mirada en el Cantábrico, que al fondo parece fundirse con el cielo azul salpicado de nubes, ese cielo desde el que, un día de enero de 1975, vio descender aquella luz deslumbrante cuyo fulgor sigue tan intenso como vivo en su memoria.