Alergología del HUBU elaboró 50 protocolos desensibilizantes entre 2012 y 2017 para que personas con cáncer que habían experimentado reacciones severas a la quimioterapia pudieran seguir recibiéndola. El año pasado, en cambio, el servicio tuvo que triplicar esta medida y preparar unas 150 desensibilizaciones para que pacientes oncológicos alérgicos a distintos componentes de los quimioterápicos, cada vez más específicos y dirigidos a características concretas de los tumores, pudieran seguir beneficiándose de la terapia que los oncólogos consideraron más adecuada. «En vez de administrarse en una hora, necesitan cinco. Es trabajoso, pero tenemos muy buena relación con Farmacia y Oncología Médica y cuando vamos a los congresos vemos que somos de los que más hacemos en España», destaca la jefa de Alergología, Reyes Pérez.

El incremento de este tipo de desensibilizaciones no tiene una única explicación. Por una parte influye el incremento de la incidencia del cáncer, pero Pérez destaca, sobre todo, el aumento de la supervivencia. Hay casos en los que la alergia a la quimioterapia se produce en el primer ciclo, pero el riesgo de que aparezca aumenta a medida que se repiten los ciclos. «Antes, se les quitaba y se ponía otra línea de tratamiento. Ahora que los pacientes oncológicos tienen terapias tan dirigidas, los estudiamos, hacemos el protocolo y conseguimos ponérsela, porque hay veces en las que no tienen otra», añade Pérez, subrayando que ya llevan suficientes años haciéndolo como para saber que funciona. Y eso también influye en el aumento de desensibilizaciones. «Trabajamos muy bien con Oncología y, como saben que los pacientes van bien, nos mandan más», cuenta la especialista.

La desensibilización es un proceso individualizado que consiste en diluir el fármaco para administrarlo después de una forma muy lenta, pero progresiva, y conseguir  así que el paciente lo tolere. «Empezamos con milésimas de la dosis total que vas a administrar, pero de esta manera, con esas cantidades tan bajas, consigues bloquear los receptores sin provocar reacción. Y, entonces, duplicamos cada 15 minutos hasta administrar la dosis completa, pero con el receptor bloqueado», cuenta Pérez, admitiendo que «para las enfermeras de oncología es muy trabajoso». 

Y no solo por lo minucioso del suministro de la terapia en estos casos, sino porque extreman la vigilancia de los pacientes para que, en caso de que reaccionen -a pesar de la desensibilización-, sea de forma controlada. «Pero la mayoría lo tolera muy bien», cuenta la jefa de Alergología, no sin matizar que «también les ponemos una premedicación con antihistamínicos y en Oncología les ponen más corticoide; es como una barrera de antialérgicos para que se beneficien de la mejor opción terapéutica».

Dada la complejidad de estas terapias, es imprescindible actuar en coordinación con farmacéuticos y oncólogos. Algo que, según destaca Pérez, es clave para que el HUBU pueda incrementarlas. 

En niños. La jefa de Alergología explica que hay un aumento generalizado de reacciones adversas, pero sobre todo a las mascotas y a los alimentos en niños. En este último caso, hay un porcentaje alto, sobre el 80%, a quienes se les pasa de forma espontánea «a los 2 o 3 años». 

Pero a quienes no se les quita solo, tienen un problema de por vida y, sobre todo, con las trazas o fuentes ocultas de leche y huevo en alimentos de los que no sospechan. Para minimizarles riesgos, a partir de los 5 o 6 años, se inicia un tratamiento de «inducción a la tolerancia» que es similar a la desensibilización 'a las quimios' pero que pretende evitar una reacción grave en caso de que, sin saber, consuman algo que les da alergia.