A nadie se le escapa que las prendas que vestía un rey de Castilla en el siglo XIII es un patrimonio de incuestionable valor que merece estar expuesto. El Museo de Telas de Las Huelgas conserva esa indumentaria y es una de las joyas de su colección. Conocer cómo vestían, cuál era el uso de cada prenda y cómo estaban confeccionados los trajes originales que se utilizaban para determinadas faenas en la provincia desde el siglo XVIII es igualmente un patrimonio que habla de la identidad cultural de nuestro territorio.
El indumentarista Alfonso Díez conserva 300 trajes originales y más de 15.000 piezas entre faltriqueras, jubones, sayas, capas, manteos, pañuelos, enaguas, agujones, pololos, mandiles, sombreros, zapatos, joyas... que vistieron los hombres y mujeres de Burgos desde hace tres siglos. «Lo que he querido siempre es investigar, conocer, indagar. Lo colecciono porque es la única forma de adentrarte en las prendas antiguas, que de otro modo se perderían. Entrevistas a gente mayor, preguntas sobre la indumentaria tradicional que llevaban sus abuelos, visitas casas y aquellos que iban a tirar las prendas me las daban o se las compraba. Empecé por la pena de que aquello pudiese terminar quemado en la gloria de alguna casa», rememora.
Con el tiempo empezó a involucrarse mucho más en todo lo relacionado con las tradiciones y acudió a anticuarios para ver qué podía salvar: «No se trata de reunir prendas por qué sí. Me interesa saber sus usos en las distintas zonas de la provincia, cuáles se han perdido, qué se conserva. Eso me llevó a aprender a coser para restaurar algunas y confeccionar incluso nueva basándome en la manera en la que estaban cosidas, porque es algo muy importante», añade.
Desde el refajo y la camisa de lino de sus bisabuelos que recuperó cuando tenía 16 años, Alfonso Díez ha reunido una colección imprescindible para conocer el folclore de la provincia y el estilo -que hoy consideraríamos vintage- del vestidor de nuestros antepasados. «El valor histórico de estas prendas es incalculable», avanza, a sabiendas de que posee auténticas joyas burgalesas, como el traje de Peñaranda de Duero que se terminó convirtiendo en el icono de la provincia. El ejemplar que posee perteneció a la estudiosa Julia Monteverde, que fue quien consiguió rescatarlo e hizo reconocible para el folclore el traje de saya roja.
Conserva también varios jubones de tipo marsellés de hombre que datan de 1820, una blusa serrana de 1890, una montera pasiega de Espinosa de los Monteros o el gorro que utilizó la infanta Isabel, La Chata, en 1870. El traje completo más antiguo que conserva es del siglo XVIII y el más moderno, de 1960, que corresponde con el que vistió una reina de las fiestas de Burgos.
La inversión de una vida. Primero le dedicó una habitación de su casa y cuando se le quedó pequeña, trasladó el fondo a la vivienda de su abuela. Fallecida esta, Alfonso Díez confiaba en la promesa de la anterior corporación, que habló de crear un museo de folclore que incluiría la indumentaria tradicional que él custodia, los cancioneros de la provincia, instrumentos antiguos y la obra de folcloristas vinculados al territorio. Yen su cabeza lo tiene claro porque preparó un proyecto para un centro de concepción didáctica, con exposiciones permanentes y temporales, una sala de restauración de piezas y un almacenaje digno para unos fondos que deben ser catalogados.
Sin embargo, aquella idea quedó reducida a titulares de prensa y pequeñas conversaciones y amagos para encontrar emplazamiento: se habló del asador de Aranda, los edificios de la plaza del Sobrado, las naves de la antigua estación... Pero a día de hoy sigue sin noticias de Dios -que diría Mendoza-, así que no le ha quedado más remedio que buscar un almacén donde mantener a recaudo este patrimonio.
Agradece contar con ese lugar, pero no está allí en las mejores condiciones y Díez teme lo que pueda ocurrir con él. «Si no hay opciones aquí y veo posibilidades de venderlo, no me quedará otra porque es la inversión de mi vida. Podría hablar con el museo de Kioto o de Estados Unidos. Si de aquí a un par de años no veo opciones, trato de venderlo porque es mi jubilación», subraya.
Lo haría, insiste, muy a su pesar, porque considera que es un patrimonio de Burgos. Sin embargo, cree que no se le otorga el valor que tiene: «La gente solo ve los trajes que se ponen los grupos para bailar. No. Esto es indumentaria histórica, y muchas son únicas. Temo que no se valora como se merece y me entristecería que el día de mañana acabe en los fondos del Museo del Traje de Madrid».