Dicen que la vida da muchas vueltas y Sara Zorrilla, de 27 años, es un buen ejemplo de que es la pura verdad y, además, está cargada de sorpresas inimaginables para una mujer de la que se esperaba que sacase una oposición a funcionaria y disfrutase de la tranquilidad de un trabajo estable bien remunerado y cerca de su casa, Burgos.
Vayamos por partes: como a todos, la pandemia marcó un antes y un después para esta joven, guapa, deportista y siempre inquieta. Llegó a México participando en un intercambio universitario en enero de 2020 y, pocos días después, todos los que le acompañaron en el viaje regresaron por temor a los contagios. Ella decidió quedarse, aguantar unos confinamientos que fueron más suaves que en España y sumergirse en un país que hoy le apasiona y que le ha impregnado hasta el acento con el que nos habla (desde Nicaragua).
En México terminó sus estudios de Diseño Gráfico y Multimedia (antes había dejado a medias la carrera de Económicas en la Complutense) y un buen día decidió tomar un vuelo a Playa del Carmen, en la Riviera Maya, para probar con el buceo a secas o la apnea, el buceo a pulmón o buceo libre.
Inmersión hasta las proximidades de un naufragio. - Foto: Kohei UenoDe pequeña, recuerda, entrenaba cuatro horas diarias de ballet en el conservatorio de danza y en su etapa universitaria madrileña fue luchadora de muay thai, el boxeo tailandés. Lógicamente, su apuesta fue siempre por el deporte más extremo.
Conforme vas descendiendo, tus pulmones llegan a reducirse hasta el tamaño de un puño"
«Hice mi primer curso de apnea con la intención de ver corales y peces y allí conocí a Pedro Tapia, mi entrenador, mi pareja y hoy mi compañero de trabajo en la escuela que hemos montado juntos». Tapia es uno de los apneístas más reconocidos del mundo.
La apneísta burgalesa emerge del agua rodeada de los responsables de seguridad de las pruebas. - Foto: Roatan Honduras / Malek Bee«Recuerdo que mis primeras inmersiones se me dieron fatal. Soy una persona muy ansiosa y el aguantar la respiración ahí abajo solo aumentaba mi ansiedad. Pero me piqué y empecé a entrenar, a bajar más, y más, y más...».
La primera competición en la que participó esta burgalesa fue en Playa del Carmen y le fue muy bien: acabó segunda en la modalidad sin aletas, «la disciplina de la que estoy más orgullosa, porque es la más física, pues consiste en nadar por tus propios medios hacia abajo y luego ascender».
La apnea, el descenso a las profundidades de lagos, mares, cenotes o piscinas conteniendo la respiración al máximo, se practica en cuatro modalidades deportivas: con aletas, con monoaleta, descendiendo con la ayuda de una cuerda y sin aletas.
En esta última modalidad, Sara ha llegado hasta los 53 metros de profundidad, lo que supone la segunda marca a nivel de España. «En este deporte no importa cuándo de profundo llegues y cuánto tiempo aguantas sin respirar, sino lo que vayas aprendiendo. Cada metro de profundidad que alcanzas es un progreso. Todos los apneístas tenemos los 100 metros en la cabeza, pero lo bonito es el camino. Es un deporte nuevo, en el que se está investigando mucho, por eso me hice instructora, para ir perfeccionándome y enseñar lo que aprendo».
En México imparte las clases en los enormes cenotes que hay en este país. Son pozos naturales de origen kárstico inundados y que alcanzan grandes profundidades de aguas cristalinas y quietas.
Todos los días me levanto para ir al agua, soy muy afortunada"
Sumergida en las profundidades del océano, protegida con un traje de neopreno (confeccionado a la medida y muy flexible) y una pinza en la nariz, el principal reto para una deportista de apnea es ecualizar los oídos, compensar la enorme presión dentro los oídos y los senos paranasales. «Llevas aire en tus pulmones pero, conforme vas descendiendo, ese aire empequeñece de tal manera que tus pulmones llegan a reducirse al tamaño de un puño».
Sara nada hacia la oscuridad, aunque llega un momento en que cae libremente al vacío como si fuese una piedra. «Bajas a una velocidad de un metro por segundo y el reto es saber hasta cuánto puedes llegar de profundo sin romperte los oídos. El tiempo es una referencia, lógicamente, pero no es lo más importante...».
Riesgos. Insiste en que es el deporte «más seguro que existe», incluso más que el buceo con botella. El apneísta desciende agarrado a una cuerda, a una línea de vida, y sabe que a 30 metros tiene a dos apneístas de seguridad, que le acompañan en el ascenso. «Ellos son nuestros ángeles de la guarda, están perfectamente entrenados para actuar y salvar vidas».
«Sumergirte da muchísimo miedo. Necesitas estar muy calmado y tener la cabeza fría. Si entras en pánico es un problema... Aquí se progresa muy poco a poco».
En caso de accidente, se activa un sistema de contrapesos en la línea de vida para elevar al deportista en el mínimo tiempo posible. «Si sigues todas las normas de seguridad, no tiene por qué haber problemas, aunque ocurren accidentes y los he visto de cerca. Estamos preparados para ello y por eso entrenamos muy fuerte».
La apnea es un deporte extremadamente caro, por los equipos que se necesitan para sumergirse y por los lugares remotos donde se celebran las competiciones, allí donde se dan las condiciones perfectas para sumergirse con total seguridad, es decir, que haya profundidad, que la temperatura del agua sea alta, que no existan corrientes ni oleaje y que no haya vida marina peligrosa en las profundidades, «como las medusas».
Esto es un deporte en el que, en realidad, compites contigo mismo, no contra otros"
Sara nos habla desde un lugar de la selva nicaragüense, sumergiéndose en una laguna creada por el cráter de un volcán. Son paraísos, que comparte con una tribu muy singular, la de los apneístas, deportistas de todo el mundo apasionados por la profundidad. «Somos muy pocos, pero nos ayudamos y nos apoyamos un montón. Esto es un deporte en el que, en realidad, compites contigo mismo, no tienes rivalidades con otros».
«Mi abuelo en Burgos, que va a cumplir 102 años, no entiende lo que estoy haciendo. La apnea no deja dinero, es una pasión, es el trabajo de mis sueños... Todos los días me levanto para ir al agua y me siento la persona más afortunada del mundo No creo que regrese a España, allí el agua está bastante fría, aunque echo mucho de menos las croquetas».