En sus anteriores espectáculos Goyo Jiménez mostraba la visión del mundo del humorista. Pero a sus 54 años y varios montajes a sus espaldas ha decidido en Misery Class señalar a Gregorio, la persona detrás del cómico: «Esto es mi visión personal, una visión más canalla, más pegada a la situación en la que estamos», afirma recalcando que Goyo, el cómico de los monólogos, el de la tele y la radio, se dejará ver, pero detrás de Gregorio.
«Gregorio es más cínico, menos ingenuo y payaso. Pero sobre todo no es tanto cómo afronto las cosas, sino lo que me llama la atención. Digamos que a Gregorio le llaman la atención aspectos más canallas, que están en el límite, con un pie en el bien y otro en el mal. Y creo que esto sorprende porque el público no está acostumbrado. Normalmente la gente que me ha visto, con lo de los americanos por ejemplo que hemos superado el millón de espectadores (Aiguantulivinamerica 1, 2 y 3), están acostumbrados a verme en una dinámica más familiar, más generalista. Y aquí se encuentran con esto y se sorprenden bastante», añade.
Aun así el monólogo que trae el jueves al Fórum (20:30 horas) no tiene límite de edad, «es apto para todos los públicos inteligentes», concreta. Eso sí, aquí en Burgos tendrá que adaptarse a un tipo de espectador, el del norte, porque como comprobó en el programa de RTVE Un país para reírlo, hay caracteres, acentos y modismos que nos diferencian. «El inconsciente colectivo del norte no es el del sur; el castellano no es el levantino. Y claro que se nota. Lo único que tienes que hacer -y esto forma parte de nuestro trabajo-, es adaptarte a los sitios. Nosotros somos aves de paso, como decía Sabina. Nos posamos e intentamos adaptarnos lo más rápido posible al sitio al que vamos. Y tenemos que entender ese carácter».
Por su experiencia, Goyo Jiménez diferencia entre la retranca, «con más carga conceptual», y la guasa, donde «a veces simplemente es el tono musical en el que se dicen las cosas». Desde ahí asegura que «en el norte hay más retranca frente a la guasa que gana en el sur». Aunque luego están los de Albacete, como él, «mestizos humorísticos» que hacen bandera del «cuajo»: «Es una visión de la humanidad que te permite decir cualquier barbaridad con una simpatía aplastante».
Actor, director y guionista desde que tiene uso de razón («fui un niño prodigio y eso me supuso un problema», explica al hablar de la carga de responsabilidad que fue adquiriendo con los años), la única crisis del teatro que conoce es la del teatro aburrido. «Lo bueno de los monólogos es que atrae a las salas a gente que no iría nunca. Gente que no iría a ver una propuesta institucional. Porque el teatro era una cosa que gustaba a la gente y se institucionalizó. De repente la política vio que meterle mano a la cultura era ventajoso porque daba prestigio y se cargaron la relación artista-público. Pero el humor debe ir por libre. Es la única forma que tiene de sobrevivir. Si te haces partidario, pierdes la autoridad moral».