Hubo semanas de runrún, de comentarios por lo bajini, de denuncias prudentes, quizás temerosas. Pero era tal la catástrofe que al cabo trascendió, como no podía ser de otra manera: la cubierta de Santa Tecla, capilla considerada quintaesencia del arte barroco, se había hundido, y el acontecimiento no sólo estaba poniendo en serio riesgo la joya de Churriguera, sino que estaba advirtiendo de una realidad asaz peligrosa: la Catedral de Burgos, el tesoro gótico español por excelencia, estaba en peligro. Aún no había sido declarado Patrimonio de la Humanidad el primer templo metropolitano, pero no hacía falta ese reconocimiento para saber que la basílica burgalesa era uno de los grandes monumentos artísticos de España. Así que cuando se hizo público el desastre, del que se cumple este año medio siglo, la reacción fue inmediata. Este periódico, altavoz de la sociedad burgalesa, no se anduvo con medias tintas: 'grave hundimiento' 'alarma justificada', 'riesgo', 'peligro'...
El hundimiento de la techumbre de esta capilla, que a punto estuvo de extenderse a las de Santa Ana y La Natividad -e, incluso, al espacio que ocupa la Escalera Dorada de Siloe- afectó a más de doscientos metros cuadrados (hubo desprendimiento de pináculos, roturas de gárgolas y canalones), comprometiendo la integridad del artístico y sagrado recinto fundado en el siglo XVIII por el obispo Samaniego. «La delicada situación que plantea el siniestro (...) han dado lugar a extenderse una alarma comprensiblemente justificada (...) Resulta concluyente que el gravísimo peligro que amenaza a nuestra sin par Catedral no admite esperas», recogía este periódico en la crónica del suceso. La reacción, por fortuna, fue inmediata: el Cabildo, el Arzobispado y las autoridades del Estado se conjuraron rápidamente para ponerse en manos de Marcos Rico, arquitecto a quien dos años antes se había encargado la elaboración de un proyecto para rehabilitar las cubiertas del templo que desde entonces dormía el sueño de los justos en algún despacho ministerial.
Rico ya había detectado los problemas estructurales. «Las cubiertas son en su mayoría de madera y algunas de ellas de la época primitiva. Las cubiertas de madera están prohibidas, sobre todo por el peligro de incendio [lo que sucedió en Notre Dame en 2019]. En los desvanes hay cables eléctricos y si se produjera un incendio por un cortocircuito sería irreparable.(...) Hay dos peligros, desencadenante uno del otro. Por un lado, el hundimiento progresivo de la cubierta (...) y aunque las bóvedas todavía no peligran, concretamente la de Santa Tecla está expuesta a la humedad y se va lesionando poco a poco. Si las condiciones de la techumbre son malas, la humedad puede llegar al intradós de las columnas. Las bajas temperaturas hielan el agua del interior de la piedra y al aumentar el volumen, produce el mismo efecto que una cuña y por consiguiente la lesión».
Aunque el estado general del templo era delicado y el peligro de las cubiertas un hecho más que evidente, el arquitecto quiso tranquilizar la sociedad burgalesa: «La Catedral no corre peligro de hundimiento. Tiene un cáncer de los que se curan y si los trabajos se inician pronto no corre ningún peligro». Por fortuna, así fue. Apenas seis días después dieron comienzo las obras de rehabilitación. Un tiempo récord.En los cinco años siguientes, se invirtieron 65 millones de pesetas para sanear todas las cubiertas del templo metropolitano.
Desde aquel susto se invirtieron muchos millones en restaurar el templo
Se desmontó toda la cubierta anterior de teja sobre base de madera muy carcomida y ruinosa, que cubría prácticamente los ventanales. La nueva cubierta fue rebajada para permitir una mayor entrada de luz.Se realizó un forjado de consolidación presentado sobre todo el conjunto, aunque sin apoyarlo en bóvedas, sino haciendo que descansara en los contrafuertes y muros laterales de la capilla.Se descubrió la bóveda principal de Santa Tecla para impermeabilizarla. Se retiraron un total toneladas de material, lo que da medida de lo importante de aquella actuación. Se le dio la solución denominada 'linterna falsa' para conseguir una vista mucho más estética a esa cubierta que la que tenía cuando se vino abajo. También se cambiaron los desagües que habían provocado filtraciones de agua».
Una década después del hundimiento de Santa Tecla se habían invertido 186 millones de pesetas. Pero, como se sabe, toda aquella fabulosa inversión no resultó suficiente: a mediados de la década de los 90 la maravillosa basílica burgalesa volvió a mostras sus dolencias. Entonces, otra vez, se actuó con rapidez, compromiso y energía diseñando un plan director que ha dado como resultado, treinta años después, que la de Burgos parezca una Catedral recién construida con un coste de 40 millones de euros. De estas últimas décadas, las dos actuaciones más trascendentales, por su enorme impacto y complejidad estructural, fueron la consolidación de las agujas y la rehabilitación del imponente y bellísimo cimborrio. Asimismo, la comunicación bajo la escalinata de la Puerta del Sarmental, esencial para la funcionalidad del turismo porque organiza perfectamente el recorrido y las visitas además de separarlo del culto, fue otro de los retos que se solventaron con nota.