Después de casi cuatro años desde su liberación, es difícil no ser consciente de que circular por la AP-1 es como jugar a la ruleta rusa del atasco. El más mínimo accidente por alcance provoca retenciones kilométricas que invitan a los que vienen detrás a armarse de paciencia, porque lo más seguro es que tengan un buen rato de espera. Y no es una percepción facilona al hilo de los continuos episodios de este verano -que han obligado a escribir no pocas páginas en este periódico-, sino que se sustenta con datos. Según la información facilitada por la Jefatura Provincial de Tráfico, el trazado que une Burgos con Miranda de Ebro se atasca de media una vez cada tres días. Un dato que, sin embargo, no coloca la construcción del tercer carril o los nuevos accesos en lo más alto de la agenda de urgencias del Ministerio de Transportes. 

Que la AP-1 se convierte en una ratonera cada vez que hay un accidente no es algo que haya pillado con el pie cambiado a los responsables políticos. Mucho menos a Tráfico, que desde el principio vaticinó un trasvase de vehículos de la N-I a la vía de alta capacidad muy difícil de soportar, especialmente en fechas concretas. Pese a los esfuerzos por lograr que la circulación sea lo más fluida posible en momentos críticos, las retenciones no han dejado de crecer desde la caída del peaje. 

En su primer año completo de gratuidad, se contabilizaron medio centenar de atascos en la AP-1. Las restricciones de movilidad por la pandemia desvirtuaron la evolución del tráfico en la vieja autopista, pero este 2022 ha sido una bofetada de realidad. Hasta el momento se han producido 75 retenciones (la última ayer), 

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