Para muchos estudiantes de Medicina, el nombre de Diego Gracia Guillén les lleva directamente al origen de una disciplina que no por ser joven deja de resultar determinante no solo en su ámbito, sino en otros muchos. Ese futuro colega al que admiran aparece continuamente en una de las asignaturas de su carrera, al igual que en la de quienes cursan Enfermería, Psicología o cualquier grado vinculado a la salud, sin olvidarse de aquellos que optan por Letras en lugar de por Ciencias y se decantan por Filosofía. Porque, precisamente, la bioética, ocupa ese «espacio de confluencia» entre ambos campos.
Lo definió de esta forma ayer en Burgos el propio Gracia Guillén, un referente en este ámbito tanto en el territorio nacional como internacional, quien en 1988 se puso al frente del primer Máster de Bioética de España en la Universidad Complutense de Madrid, su casa académica donde en 1979 consiguió la cátedra de Historia de la Medicina y a la que sigue vinculado como catedrático emérito. Una relación con el mundo académico a la que añade ahora a la UBU al haberse incorporado a su insigne claustro de doctores honoris causa.
Fue en su discurso de agradecimiento por esta distinción donde el considerado como padre de la bioética relató el origen de la que calificó como una «de las novedades culturales acaecidas durante el último siglo». Las palabras del también miembro de las reales academias de Medicina y Ciencias Morales y Políticas revelaron de inmediato su importancia al explicar que surgió por que «nunca antes como ahora ha estado la vida tan en riesgo, tan seriamente amenazada», motivo que refuerza su sentido hoy en día, cuando «el ritmo de cambio está sobrepasando la capacidad de las disciplinas científicas y nuestras actuales posibilidades de evaluación y de asesoramiento». Todo ello revestido por el claro objetivo de esta disciplina: «No busca el recurso fácil de solucionar nuestros conflictos desde arriba, por vía impositiva, sino desde abajo, a través de la educación».
De ese nacimiento reciente dejó constancia a través de un relato como académico con 50 años de experiencia. «Hemos enseñado los llamados hechos clínicos, poniendo entre paréntesis todas las cuestiones de valores. Esto ha sido así tradicionalmente, pero hoy no puede serlo y si un paciente es testigo de Jehová habrá que tenerlo en cuenta», afirmó, sustentando esa pasada postura en una ética basada en los principios de «no discriminación por creencias o valores».
Recordó en este punto que fue en los 70 cuando comenzaron a introducirse los llamados derechos de los pacientes, con el consentimiento informado a la cabeza (hoy ya extendido en todo acto médico), si bien su llegada, tal y como detalló, despertó la duda de qué sentido tenía preguntar a quien «probablemente no sabía nada de medicina» e, incluso, se consideraba que «podría tener consecuencias muy negativas para la vida y su salud».
Los avances en esta disciplina son evidentes, con Comités de Ética Asistencial en todos los hospitales, pero la lección de Gracia Guillén reveló que aún queda camino por recorrer y que este pasa por la educación en valores en todos los ámbitos, con especial atención a la formación. «Es la gran asignatura pendiente en Educación Primaria, Secundaria y universitaria», subrayó, no sin mostrarse crítico con los políticos y, concretamente, con los ministros de Educación que «han montado sobre ello una auténtica ceremonia de confusión».
Hechos y valores. Al hecho de conseguir ya ese equilibro entre hechos y valores se refirió el rector, Manuel Pérez Mateos, durante su intervención ayer en el acto de investidura celebrado en el Paraninfo del Hospital del Rey, donde aludió a la obra del homenajeado como ejemplo de «trabajo conjunto entre la ciencia y el humanismo». No pasó por alto la importancia de este nombramiento en el contexto que vive la institución con el anuncio de la implantación de Medicina: «Sus enseñanzas cobran una relevancia capital y deberían convertirse en la brújula que guíe tanto a los docentes como a su alumnado».
La admiración de la profesión médica quedó patente en el discurso del padrino, Javier Jiménez, jefe de Oftalmología del HUBU y profesor de la UBU, quien se ocupó de detallar la dilatada carrera del catedrático, apuntando a la importancia de su trabajo para abordar cuestiones complejas como la objeción de conciencia, la eutanasia, el aborto o la terapia genética.