San Esteban abrirá su torre al turismo antes de final de año

R. PÉREZ BARREDO / Burgos
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El templo que acoge el Museo del Retablo añade a su ya maravillosa oferta un nuevo atractivo. Las vistas de la ciudad desde esta privilegiada atalaya constituyen todo un lujo

San Esteban abrirá su torre al turismo antes de final de año - Foto: LUIS LÓPEZ ARAICO

Llevan media eternidad dominando las alturas de la ciudad, viendo transcurrir la vida, los siglos y la lluvia. Acogen los atávicos tañidos de las campanas y siempre constituyen una construcción referencial y enigmática que se contempla desde abajo. Son las torres de las iglesias, las espadañas que acogen el bronce sonoro y son guarida de las cigüeñas, las golondrinas y las malhadadas palomas, que tanto daño hacen. Sus alturas ofrecen una visión privilegiada del corazón de la urbe, y este periódico ha tenido la oportunidad de ascender a unas cuantas de ellas para ofrecerles unas panorámicas de todo punto impresionantes: uno sabe que contempla la misma ciudad y, sin embargo, según la altura desde la que se otee, parece otra, incluso otras, por más que siempre sobresalga una hito que se impone por encima del resto: la Catedral.

San Esteban, siempre imponente, todo belleza al pie de la loma sobre la que se asienta el Castillo, lleva tiempo preparando sus alturas para que puedan ser disfrutadas por los visitantes que así lo deseen.

El proyecto está elaborado y la Diócesis de Burgos espera que pueda ser realidad antes de que concluya el año, como asegura su párroco, Antonio García Ibeas. Aunque no podrá subir todo el mundo por una cuestión de accesibilidad (es preciso ascender por una angosta y larga escalera de caracol) no es extraño que se haya apostado por este plan: observar la ciudad desde la torre de este templo es un privilegio, acaso uno de los mejores miradores que puede existir en la Cabeza de Castilla. Desde su amplio campanario se ve toda la ciudad, de este a oeste, así como una muy singular estampa de la fortaleza.

Se ha asomado una cigüeña a lo alto del campanario./ Girando en torno a la torre y al caserón solitario,/ ya las golondrinas chillan. Pasaron del blanco invierno,/ de nevascas y ventiscas los crudos soplos de infierno, escribió Antonio Machado. Las cigüeñas, en adelante, compartirán espacio con los visitantes, que disfrutarán de una visión muy singular de la Catedral, y de toda la ciudad, con especial detalle de cuantas edificaciones se arraciman en el corazón de la urbe, desde la que destacan los templos, algunos edificios icónicos -como el complejo de la Evolución Humana- y, en general, una imagen panorámica, casi caleidoscópica, del Valle de la Flores, como se denominaba al espacio sobre el que se construyó Burgos.

La instalación de luz en el husillo por el que se accede a lo alto de la torre de San Esteban, así como la colocación de unas barandillas en uno de los tramos del itinerario, guiarán al visitante hasta un espacio intermedio que acogerá un pequeño museo, una suerte de centro de interpretación, explica García Ibeas, a la sazón director del Museo del Retablo. El tramo final hasta conquistar el campanario es más corto, y una vez arriba la belleza inunda al visitante: aunque todos los vanos abiertos (con y sin campanas) cuentan con una malla, puede disfrutarse a las mil maravillas de la ciudad desde distintos puntos. Hacia el norte, da la impresión de estar rozando el Castillo y su mirador, donde siempre hay visitantes. Hacia el sur y el oeste, la Catedral, las Huelgas, La Merced, las fachadas de colores de La Flora o la Plaza Mayor se distinguen entre el entramado de tejados; hacia el sur y el este, otros hitos como el MEH, La Cartuja, la larga y verde hilera de árboles que escoltan el Arlanzón e incluso el HUBU se distinguen de maravilla.

Imposible no evocar aquel pasaje que la burgalesa María Teresa León dejó escrito en su 'Memoria de la melancolía': Ante mis ojos, los techos de Roma. No sé si debo tenderme en estas tierras. Debe ser incómodo que nuestros pobres huesos sientan tantas civilizaciones, pinchándoles. Prefiero que me dejen tenderme en la pobreza de Castilla, sobre el poco humus de aquellos campos oscuros donde apenas nace el trigo... ¿Hubiese escrito lo mismo de haber podido contemplar su ciudad desde el campanario de San Esteban? "Estas vistas son un lujo. Por eso se realizó el proyecto. Es, además, algo muy demandado, que complementará al Museo del Retablo. La verdad es que estamos ilusionados con poder abrirlo al público, aunque tenemos claro que tendrá que ser en grupos reducidos. Está todo muy avanzado y se hará realidad este mismo año", subraya García Ibeas.

Desde otras torres. Aunque no existe el mismo plan para otras iglesias de la ciudad, constituye un lujo indescriptible encaramarse a lo más alto de templos como esa maravilla que es San Gil; a diferencia de lo que ocurre con San Esteban, las diferentes rehabilitaciones a las que ha sido sometida esa joya gótica hacen de todo punto imposible siquiera pensar en hacer su torre visitable: hay incluso que reptar y atravesar por los refuerzos de las cúpulas del templo hasta conquistar la torre; esta, también, ofrece una visión única de Burgos. Acceder a su campanario es como viajar en el tiempo y evocar aquella fabulosa fotografía que Eustasio Villanueva tomó del campanero de San Gil en los años 20 del pasado siglo. Desde ahí arriba, hasta la Catedral parece diferente, fundiéndose los pináculos de la capilla del Condestable con las agujas de las torres, ofreciendo una estampa bellísima. También desde allí se puede contemplar una panorámica espectacular del cerro del Castillo, de la iglesia de San Esteban, y de la puerta mozárabe del mismo nombre que, junto con uno de los cubos de la muralla, y en pleno éxtasis primaveral, con toda la ladera rabiosamente verde, evoca parecidos con la Alhambra de Granada.

Desde lo alto de San Gil también Burgos parece otra ciudad, al igual que sucede desde la torre de otro céntrico templo, en este caso San Lorenzo. Las vistas desde la céntrica iglesia, levantada a otra escala, sin asimismo curiosas, destacando buhardillas 'parisinas' o terrazas insólitas que disfrutan muchos particulares y que son imperceptibles desde abajo. Desde uno de sus vanos se puede casi tocar con los dedos la linterna de la cúpula central, que remite a las construcciones barrocas italianas, como si se tratara de un templo florentino o romano. Más diferente es, pero no por ello menos sugerente, ver la ciudad desde la iglesia de San Cosme y San Damián: la ciudad más nueva se impone en cada vista. Pero la altura permite siempre que la visión sea única, especial. Todo un privilegio para la vista.

 

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